El club de las malas madres

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Queda con su madre después de una jornada maratoniana. Para ver al bebé de su primo a las 8 de la tarde. Quien la conozca un poco sabrá que eso, para ella, no es exactamente un planazo. El bebé es mono. Como todos. Diminuto. Duerme todo el tiempo. Al menos, durante las dos horas que pasan allí pero, por lo que le cuentan, por las noches el majete se desmelena.

No puede quitarle los ojos de encima a la nueva madre. Piensa que no ha perdido la figura, que está feliz, eso es evidente, pero exhausta. Y comienza a relatarle su día a día. Entre pañales, cólicos, noches en blanco, tetas y biberones. Dice que apenas sale de casa, que no llega a todo, que se pasa el día sola… Su madre y ella intercambian miradas de complicidad y, ante su mirada horrorizada, su madre suelta alguna carcajada, bajita, queda.

Entonces, ella hace una pregunta que le parece súper obvia, ¿por qué no le enchufan el biberón y así pueden hacer turnos y dormir, cada uno, 6 horas? La miran como si fuera de otro planeta.

Foto cortesía de malasmadres.com

Esto le hace replantearse las cosas. Con sus óvulos en el corredor de la muerte, le agobia pensar que debe tomar, en breve, la decisión de reproducirse ya o extinguirse para siempre. Ya, ven. La maternidad como expresión última de vanidad: la perpetuidad.

Con todo, lo que más le aterra es la desaparición del yo. Ya no sólo conciliar el maravilloso mundo del autónomo con la vida familiar, sino con el espacio personal para la reflexión, el crecimiento, el ocio. No está loca. Ni sola. Y saberlo, reconforta. Por casualidad, ha descubierto ‘El club de las malas madres’, una página donde enseñan a  no sentirse culpable por “tener pensamientos impuros y desear tener más tiempo para escribir, viajar y descubrir la propia identidad”.

Le encanta el lema de las malas madres: “No somos perfectas. Tenemos planes”. Ella, de momento, sólo es mala tía. No ve a su ahijado desde Reyes. ¿Eso cuenta?

Foto cortesía de malasmadres.com