Revista Educación

El curioso mundo gemelar

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Empujar un carro gemelar con sus pequeñas habitantes repantigadas [toda la vida diciendo repatingada y ahora llega la RAE y dice que lo correcto es repantigada, en fin…] en su interior, ya con sus 6 y 8 kilos, respectivamente, y que en un momento de delirio he pensado que solo les falta la latita de cerveza en una mano y el cigarrito en la otra (¡¡¡Naimaaaaaaaa, por favor, que tienen once meses, no hables así de las niñas!!!), se ha convertido en todo un curioso caso sociológico. Y digo sociológico, porque realmente no sabría catalogar bien qué me sucede cada vez que paseo a las mellis.

Los padres y madres de dobles bocas que alimentar al mismo tiempo hemos debido desarrollar una resignación especial cuando tenemos que usar estos monstruosos amasijos de hierros, telas, capotas, botones de presión y demás elementos que conforman el modo de transporte más coñazo que jamás se haya inventado. Y eso que la tecnología avanza y, supuestamente, cada vez son más ergonómicos, más cómodos, sortean mejor los obstáculos, con mejor amortiguación… (aún no los he visto más livianos). Pero es que da igual el estudio de mercado que hagas para buscar el carro menos pesado y más cómodo, al final se convierten en una pesadilla. Abre carro, cierra carro, sube carro al coche, baja carro del coche, sube escaleras con carro, casa sin ascensor con carro, empotra carro contra la puerta, descubre que solo entra por la principal y no pasa de ahí… (no me hablen de los carros gemelares en línea, que no sé si es peor el que yo tengo o conducir el Titanic, que es más o menos un carro doble en línea, con anexo si es de tres, ¡existen!)

Cuando te cruzas por la calle con alguien que empuja uno de estos carros gemelares no sabes realmente si sonreír en plan empático o si pensar “estamos locos, cómo se puede seguir siendo persona con dos mocosos/as que chillan a la vez (lo de llorar sería tan maravilloso…). A veces la leve sonrisa que pueden dibujar tus labios en un claro gesto de empatía por quien comparte contigo esta experiencia, llamémosla solamente intensa, se desdibuja al segundo cuando esa otra persona lleva las ojeras por los suelos, camina arrastrando pies y carromato, e ipso facto es como si tu ‘yo’ saliera de ti y te mirara desde fuera para horrorizarse cuando compruebas la pinta chunga que llevas tú también. “Cuál de los dos tendrá peor careto”, seguro que hemos pensado ambos en alguna ocasión.

coches gemelares

Y luego están ya los optimistas, que pasean gemelos juntos… Dios los tenga en su gloria. Foto: http://www.lavozdegalicia.es

Pero el mundo gemelar, en el fondo, no es tan diferente del mundo bebé único cuando se trata de intentar esquivar a elementos/as como los que te cogen por la calle y te dicen…

─Ay, qué lindos, dos morochitos (no sé en qué momento desapareció el término gemelos o mellizos).

─Gracias, señora, son niñas, le dices educadamente.

─Guaaaa, como van de azul…

─Ya ve, señora, los colores… ese vasto mundo de los colores…

─¡Y no llevan pendientes!

─No, señora, igual es que no me apetece que el agujero les llegue al hombro, como a usted… (bueno, no, eso no lo digo, pero ganas no me faltan; aún mi ingreso psiquiátrico puede esperar un poco).

─Pues mira, así las crías a las dos juntitas y te olvidas ya…

─Sí, claro, eso me dice mucha gente, lo que no te dice es que un año de vida gemelar es como si te cayeran encima diez de persona normal…

─Sí, debe ser duro, pero luego jugarán solitas y no te molestarán…

La conversación sigue y sigue hasta que decides asentir y decir sí a todo para ver si te sueltan de una vez. Entonces pasa a tu lado otra persona con un carro gemelar y te mira como diciendo “pobre, ya te cogieron de choni, huye, huyeeeeeeeee”.

(Vera y Celia -las mellis- cumplen hoy 11 meses. Espero que algún día me perdonen, la falta de sueño altera la percepción de amor maternal).


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