Revista Educación

El -grande, enorme- empobrecimiento del español

Por Siempreenmedio @Siempreblog
El -grande, enorme- empobrecimiento del español

Curiosa sociedad ésta en la que nos plegamos a la tiranía de una actualidad volátil que devora tendencias en horas. El adoctrinamiento de un mesiánico influencer de penosa gramática se convierte en ley, y se venera a ciertos libros escritos en unas semanas que se venden a espuertas, en los que ya es irrelevante si hay detrás, con perdón, un negro o un chino.

Causa o consecuencia de esta situación es el empobrecimiento inexorable de nuestro español, supongo que el de cualquier idioma. De haber nacido en el Reino Unido defendería las infinitas posibilidades del inglés, pero me tocó Santa Cruz de Tenerife, donde hablamos un castellano modelado por siglos de mestizaje, migraciones e intercambio comercial, pletórico de influencias de Andalucía, de anglicismos y americanismos que nos definen.

La moda también condiciona el habla y la escritura. Hubo un día en que las cosas dejaron de ser divertidas, molonas o graciosas y pasaron a ser "genial". Otro día dejamos de decir adiós, hasta luego o chao, para despedirnos con un "vengaaaaa" (léase con tonito). Por no citar expresiones de uso cotidiano que tenemos que meter por narices y con mímica para que nos entienda nuestro interlocutor, como "hacer un kit-kat" o "entre comillas".

La política. Esa parturienta de construcciones infames como "por consiguiente", dicha hasta para contar que tienes un retortijón y, por consiguiente, te toca ir al retrete, "cantos de sirena", "brindis al sol", la mezcla detestable de ambas "cantos al sol", "adn político", "decir que...", "no nos den lecciones de..." y hasta sustantivos como "talante" o "dialogante", usados porque sí y en todo momento. "Relato" es el último damnificado, ya bien incrustado como armamento propagandístico, perfectamente sustituible por un simplón "mentira", y no hablemos del léxico odioso que hemos heredado del tratamiento informativo del COVID_19, como "aplanamiento de la curva", "desescalada" o, por supuesto, "nueva normalidad".

En su momento algunos encontraron cultísimo y finolis el término "papable", nacido del "papabile" de la prensa italiana para aludir al candidato preferido entre los cardenales asistentes al cónclave que ha de designar papa. Nos despertamos con la expresión de marras allá por 2005, en la recta final de aquel casting del sucesor de Juan Pablo II. Desde entonces tenemos candidatables, presidenciables y hasta ministrables.

Esta perorata arranca de mi indignación al leer una y otra vez cómo se despacha en dos palabras la gesta del tenista español Rafael Nadal este fin de semana, tras ganar su vigésimo título de Grand Slam. Un impecable partido ante Novak Djokovic le deparó su decimotercera corona en Roland Garros, sin ceder ni un solo set, y su victoria número cien a lo largo de sus participaciones en el torneo por tan solo dos derrotas. Tan portentosa hazaña es reducida, casi por sistema, a las mismas dos palabras: Grande o enorme.

Su uso se ha impuesto hasta el punto en que nos valen tanto para un logro deportivo como para un obituario. Fallece un artista de esos de seis décadas de carrera, un estadista, un escritor... El tuitero de turno, incluido quien lleva las redes de la Casa Real, acude presto a decirnos que era muy grande. Enorme. Y, como todo, se traslada la moda al día a día. Han ascendido en el curro a Fulanito. Grande Fulanito. Me gustó el discurso de Menganita. Muy grande Menganita. Pepito nos ayudó a cambiar una rueda pinchada. Enorme Pepito.

Los doscientos caracteres de un tuit nunca resumirán la verdad del Universo, pero, a base de arrastrar al español por los suelos terminaremos usando cualquier calificativo para referirnos a nuestro cada vez más pobre y empequeñecido idioma, salvo grande y enorme.


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