Revista Empresa

El grito

Publicado el 28 junio 2014 por Soniavaliente @soniavaliente_
Hay muchas formas de gritar. El icono por excelencia de la desesperación “El grito”, de Edvard Munch, es uno de ellos. Es la disolución del yo, un grito de terror ante el desplome de la realidad, de todo lo conocido. Decía la recién desaparecida Ana María Matute que nunca lee nadie el mismo libro. Lo mismo ha de pasar con las pinturas. Lo de los libros lo ha leído en los medios porque lo que realmente le dijo Matute en un breve encuentro que tuvieron en los 90 fue: “Niña, has elegido el oficio más bello y más difícil del mundo: ser escritora”. Ains. Quizá por ello aún no ha escrito nada digno. Pero volviendo a las múltiples lecturas de una obra de arte, ha escuchado todo tipo de teorías sobre la vida y la estabilidad emocional y mental de Munch así como de sus fuentes de inspiración. Sea como fuere, la pintura de la cual el pintor sueco hizo hasta tres versiones de la misma a finales del XIX, se erigió en todo un símbolo a mediados del XX, tras la II Guerra Mundial. El grito Otro modo de gritar con una eficacia desigual es lanzar un mensaje a través de la botella. Su impacto es inversamente proporcional a su romanticismo en este mundo hipertecnologizado. O gritar desde una la etiqueta. De un vestido estampado. Eso es lo que le ocurrió a un clienta de Gales de Primark que encontró en una prenda un mensaje manuscrito colgado en el interior de su prenda baratísima: “Obligados a trabajar durante horas agotadoras”. Lo que son las cosas, buscaba las instrucciones de lavado de un vestido que le costó 12 euros y se encontró con un grito. Como periodista, ha de poner en tela de juicio la veracidad de la autoría de la etiqueta después que el escándalo viral de la niña estadounidense con la cara deformada resultara ser un fake de su abuela para recaudar fondos. El grito Con todo, el grito de la etiqueta ha surtido su efecto. Sobre el movimiento ropa limpia, las condiciones laborales de las personas que cosen para el primer mundo en India o Bangladesh. Si compramos barato ahora ya sabemos a costa de qué es. Si no lo queremos ver, a menos, no podemos negar que lo hemos escuchado. A voces.

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