Revista Opinión

El hijo del pescador

Publicado el 10 noviembre 2015 por Manuelsegura @manuelsegura

CAMPILLODebió de ser hacia 1977 cuando nos fuimos a veranear a Guardamar. Mi padre llevó a toda la familia a un hotel, que estaba junto a la playa, para pasar allí un par de semanas. El precio debía resultar razonable para la economía de un funcionario pluriempleado con mujer y tres hijos. Guardo un grato recuerdo de aquellas vacaciones, que solo se repetirían al año siguiente.

La piscina del complejo hotelero Campomar era magnífica. Recuerdo que el primer día en el que bajamos desde nuestras habitaciones para darnos un baño, mi padre reconoció al socorrista. Era un hombre fornido, que pasaba de la cuarentena, alto, moreno y con un recortado bigote. Se le notaba a la legua que había hecho mucho deporte a lo largo de su vida. Mi padre se le acercó y sin ningún atisbo de vergüenza, le preguntó: “Buenos días. Usted es Campillo, ¿verdad?”. El hombre correspondió educadamente, lo miró, esbozó una leve sonrisa y, con gesto de sorpresa por ser reconocido, asintió con la cabeza. “Encantado de saludarle”, dijo mi padre, para añadir: “Yo le he visto jugar muchas tardes en La Condomina”.

Tras despedirse de él, mi padre me contó que aquel hombre que ahora se ganaba la vida velando por la seguridad de los que disfrutaban de la piscina de un hotel, fue un magnífico guardameta que jugó en el Real Murcia a finales de la década de los cincuenta y en los sesenta. Y que justo en la temporada 1962-63, en la que yo nací, había ascendido con el equipo grana hasta la Primera División.

A lo largo de aquella quincena me dediqué a observar con detenimiento a ese hombre, que para mí era casi un forzudo, y a imaginar la de vivencias que atesoraría como futbolista que fue, además, en otros clubes de prestigio como el Hércules, Xerez o Betis. Una tarde, en la piscina, mi padre me hizo una confesión: “La verdad es que este hombre era un gran portero, pero un poco ‘criminal’”, me explicó en voz baja, utilizando un adjetivo del que solía echar mano en ocasiones. Y añadió: “Cuando saltaba para disputar de frente un balón con un delantero, solía estrellarle el cuero en la cara con tanto disimulo que el árbitro no se daba cuenta. El rival quedaba fulminado en el suelo y así lo intimidaba para el resto del partido”. Aquello reforzaría mi tesis de que estábamos ante un auténtico ser hercúleo.

Escribo esto tras saber que, en su Guardamar natal, ha muerto este lunes José García Campillo, a los 82 años de edad. En su juventud fue pescador, hasta que dejó las redes marinas por las de las porterías del Novelda. A esta hora, mientras redacto este obituario, deben estar oficiando su funeral en la parroquia de San Jaime, en esa entrañable localidad alicantina.


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