Revista Educación

El Miedo

Por Siempreenmedio @Siempreblog
El Miedo

Mi compañera de trabajo a veces tiene insomnio. Me ha dicho que en ocasiones, cuando se despierta en mitad de la noche y no puede conciliar de nuevo el sueño se viste y sale a la calle, a su calle, a su barrio, a los solares que hay cerca de su casa y del mar, y corre un rato. Respira profundamente la maresía y la sal, agita su corazón y sus músculos y cuando ya está agotada regresa, se ducha y se mete en la cama. Y vuelve a dormir plácidamente.

Anoche le ocurrió. Despertó a la madrugada y empezó a dar vueltas en la cama. Tuvo la intención de hacer lo que he contado más arriba. Pero no lo hizo. Esperó a que las luces rompieran la negrura de la noche, y no salió a correr. Porque tenía miedo. Por primera vez pensó que era vulnerable, porque había oido que alguien, en otro lugar , había salido a correr y no había vuelto. Y esa libertad que había encontrado en esos paseos nocturnos de repente se esfumó, presa del miedo, injusto y humillante.

Hace algunos años escribí este poema. La muerte de Laura me lo ha traído a la cabeza estos días, y créanme, estoy en shock con todo este asunto. Los perros rabiosos andan sueltos en la ciudad. Ejerciendo libremente el terror.

MIEDO
Los perros atraviesan la ciudad
de arriba abajo. Atemorizan
con ladridos de advertencia
y bufidos de amenaza.
Los perros corren por las calles
aún húmedas de la noche
mordiendo la paciencia
de todo lo que encuentran.
¿Cuántas horas llevan
merodeando mi puerta?
Han desmembrado a sus hijos
a fuerza de dentelladas
secas y precisas,
sin piedad ni vergüenza,
y aun tienen más hambre.
Responden a la disciplina
impuesta tras tantos años
de aprendizaje.
Marcan su territorio
en las calles sembradas
de manos y lenguas amputadas
que florecen por las esquinas,
hasta el nuevo paso de la jauría.
Insaciables
los perros se estampan
contra el cristal
de las ventanas
abiertas por la mitad.
Y restriegan sus encías
rosas por los visillos.
No atienden a las voces
de los amos, ni a los quejidos
de los niños que huyen
subiéndose a los árboles.
Los perros devoran todo
a su paso. Dejan un paisaje
desolado y triste.
Cuando pasa la marabunta,
cuando el viento se atreve
a soplar por las calles vacías,
las inmundicias se convierten
en caracoles que trepan
por los tallos de las palmeras.
Hasta que, en un silencio
imprevisto, se escucha
a lo lejos un ladrido,
pasos cautelosos,
pero rápidos, de los perros.
Es cuando empezamos a llorar
de nuevo.

El Miedo


Volver a la Portada de Logo Paperblog