El paraíso imperfecto

Me pregunto qué piensa el colectivo de actores de una película que ha ganado el Oso de Oro de Berlín 2022, con un elenco no profesional. Y de que Alcarrás sea la candidata española para los Oscar. La directora Carla Simón quiso buscar personas que nunca se habían puesto frente a una cámara para interpretar a una familia de agricultores en Lleida. El resultado es deslumbrante. Es cierto que estos nuevos actores lo más probable es que se hayan interpretado a sí mismos, lo que tampoco es baladí, con lo difícil que es entenderse. Creo que casi cualquier persona que haya vivido de cerca el campo puede reconocerse en algún personaje o recordar a ese familiar con el que convivía cada verano. Esa niña, que interpreta Ainet Jounou, inocente, que no sabe que está viviendo, por última vez, en ese mundo de fruta recogida directa del árbol, de juegos, calor, mangueras, insectos y siestas en familia. O el abuelo, que cultivó la tierra toda su vida, sin papeles, con el valor que se le daba a la palabra, y que se resigna a morir en un lugar distinto, perdidos sus frutales. O ese matrimonio que se aferra al hogar construido, pero se debate con la consciencia de que quiere otro trabajo para sus hijos. En esos adolescentes, unos que desean huir del pueblo y otros que no quieren estudiar como les aconsejan sus mayores.

Carla Simón tiene una de las miradas más reconocibles del cine español de hoy. Sosegada, parece que te agarra del brazo y te pide que la acompañes, que te va a contar una historia, pero despacito, que no parezca que no pasa nada. Y vaya si pasa. En Alcarrás presenta un paraíso que ya se pierde desde las primeras escenas de la película. Pero no lo romantiza, ella sabe que es imperfecto, todos somos conscientes, pero cuánto duele perder la infancia y la tierra. ¿Dónde se guarda el trabajo de los antepasados? ¿En qué punto se reconstruye la identidad de generaciones? ¿Cómo se vuelve a coser el cordón umbilical con la tierra?