Revista Educación

El peso de las cosas

Por Siempreenmedio @Siempreblog

El peso de las cosas

28 agosto 2014 por cuinpar

Me gustaría saber cuál es el momento exacto en el que nos convertimos en unos imbéciles. Es un poco de loca pensar que fue una cosa repentina, que de repente nos levantamos todos un día y se nos había secado el cerebro y el depósito del sentido común se había vaciado por completo, como si al circuito se le hubiera pinchado una manguerita y se hubiera escapado todo durante la noche, pero ya saben que uno siempre tiende a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor y que esto es el acabose. Sobre todo yo, que soy muy de olvidarme de las cosas, me descubro, por épocas, rodeada de desastres que no hacen más que reforzar el mío propio y abonar una tímida sensación que anida en mi cabeza desde que puedo recordar: esto va para peor.
Y lo peor no es la cantidad de noticias y sucesos que me tienen desesperanzada: lo peor es la cantidad de personas que afianzan ese sentimiento. Leer los comentarios a las noticias en los periódicos digitales es malísimo para la salud mental de las personas frágiles, sépanlo. Si una noticia como la de los dichosos candaditos del amor me revuelve las tripas, los comentarios de “amantes” indignados porque las autoridades retiren su chatarra de los puentes, me aplasta el ánimo definitivamente. Que los delirios de la Indiana Jones canaria, de la que hablé en mi entrada anterior, sean defendidos como dogma de fe por una masa de guerreros implacables cuya misión parece ser demostrar que lo que hay en los libros (incluido el diccionario) no sirve para nada y que lo que de verdad importa es haberse graduado en la universidad de la vida, me hunde en la desesperanza. Que incluso en noticias que, a priori, me reconcilian con el mundo, como esta sobre Carlos Giménez en El País, se conviertan en un vertedero de odio, rencor y miseria en cuanto se abre la veda de los comentarios, hacen que la nube negra que a veces llevo sobre la cabeza se haga más espesa y pese, como si por fin fuera a descargar la tromba que lleva en la barriga.
Luego también están mis propias contradicciones, y mis desastres particulares, pero esos me los guardaré para mí. No quisiera con esta entrada contaminar el estado de ánimo de los optimistas, ni de los buenos, que tanta falta nos hacen a los flojos de entusiasmo. Puede que, después de todo, sólo sea una percepción mía, en estos días en los que me cansa más la gente que la tristeza.


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