Revista Libros

El primer día Z

Por Clochard
El primer día Z Dedicado a Ricard Millás

Comprenderé que les pueda 

parecer absurda, con todo lo que ha venido ocurriendo, esta insistencia mía en recordar aquel primer día. Y posiblemente tengan razón y no sea más que algún estúpido mecanismo de defensa de la mente, un resorte más como el de cualquiera de nosotros para mantenernos todavía cuerdos, el último débil hilo sobre el que sujetamos nuestra humanidad. Sea lo que sea el caso es que no puedo quitármelo de la cabeza. Recuerdo perfectamente que era un martes cualquiera de finales de Octubre, cuando todavía el frío no se atrevía a terminar de aparecer haciendo gala de una timidez impostada. Serían las diez de la mañana y el sol se empleaba con empecinada insolencia sobre el centro de la ciudad cuando entonces lo vi.
 Era insólito porque uno tiene la idiota idea, inducida por el cine y la literatura, de que en el improbable caso de que algo así sucediera en realidad ocurriría de noche, en algún  lugar sombrío y apartado o en la soledad aciaga de nuestra casa. Pero no, allí estaba, a plena luz del día, en mitad de una de las avenidas más concurridas de la ciudad y a una hora decente. Y aquello quizá fue lo que más me impactó, la manera en que el horror se instaló en nuestra cotidianidad, cómo lo impensable se coló entre el segundo café de la mañana, el último caso de corrupción, la parada para almorzar, los datos del paro y el penalty no pitado.
Fui el primero en darme cuenta. La multitud lo miraba entre la indiferencia y la diversión, hoy en día ya se sabe, cualquier cosa, promoción de una fiesta de Halloween, publicidad de una cadena de televisión o una marca de cerveza, una cámara oculta, cualquier cosa ya digo. Pero yo lo supe de inmediato y aquello me dejó paralizado de miedo, justo a tres benditos pasos de esa cosa. Lo supe porque lo reconocí bajo la podredumbre de su piel amoratada y desgarrada y a pesar de los ojos muertos mirando a un vacío que se me antojaba todavía más terrorífico si cabe. Era (mejor dicho había sido) Don Julián Mendizábal, ilustre abogado al que enterramos tres días antes tras no superar un tercer infarto y con el que me unía una cordial relación de trabajo. Uno piensa cosas muy raras en esos momentos de pánico y a mí no sé porqué me vino a la cabeza la corona con el consabido lema "tu mujer e hijos te aman y no te olvidan" y no pude evitar preguntarme qué opinarían ahora.
Como digo allí estaba, en mitad de la avenida, olisqueando el aire y blandiendo los negros dientes, de su boca colgaban larvas y sangre, con un lado de la cara colgándole en carne viva, la ropa hecha jirones que dejaban a la vista arañazos y heridas imposibles. La chica que caminaba justo delante de mí sufrió la primera dentellada en el cuello cuando estaba a punto de hacerle una foto con su teléfono móvil. Al verla caer con la yugular arrancada, masticada con atroz apetito por Don Julián la gente comenzó a gritar y alarmarse.
 Pero aquello no fue nada comparado con el caos que se desató después, cuando la chica se levantó de inmediato, la tez pálida, los ojos vacíos pero inyectados en sangre, olisqueando hambrienta el aire. Hubo como uno o dos segundos de silencio, como si el tiempo se detuviese, algo que fue la mayor demostración de temor colectivo que uno haya visto nunca, y de pronto todo se aceleró de manera vertiginosa y horrible. Como si de una macabra versión del infantil juego de "tú la llevas" se tratara todo el mundo comenzó a correr despavorido, aquellos seres mordiendo, devorando, contagiando a todo el que quedaba a su alcance, los supervivientes queriendo ponerse a salvo, resbalando entre vísceras, sangre, miembros amputados, siendo cada vez menos, engordando las filas de los infectados...
El resto ya lo conocen, no vale la pena repetirlo. Primero fueron cientos, pronto miles, después millones, perdimos las ciudades, los ejércitos, los gobiernos y países. Ahora los pocos que todavía quedamos libres de esa repugnante infección o maldición o lo que sea nos escondemos como ratas entre los bosques y las montañas. Solo huimos, esperando a ver cuanto tardamos en convertirnos en uno de ellos, preguntándonos si quizá no sería lo mejor.
Con todo esto me perdonarán si yo no puedo quitarme de la cabeza el conocido como primer día Z.

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossiers Paperblog

Revistas