Una extraña simbiosis, digo, la de los hermanos Cohen y Spielberg, pero con un buen resultado: el de una película interesante, bien ambientada, humana, sin estridencias, y al límite de lo que la sociedad norteamericana puede permitir, gracias, tal vez, a algunos exabruptos chovinistas. La interpretación de Tom Hanks es magnífica: contenida, creíble, sin la exagerada desproporción del oscarizado Di Carpio, pero dándole al personaje la profundidad y honestidad que la película necesitaba. Pero no es sólo Tom Hanks. El resto, los “secundarios”, también están a la altura, al igual que el ritmo narrativo, el guión, la dirección de actores… Por buscarle alguna pega, diría que resulta pelín melodramática, con una ingenuidad que es, al mismo tiempo, también una virtud: cuando uno va al cine a echar el rato, agradece salir con las pilas recargadas.
Desgraciadamente, si hacemos una lectura de la película a la luz de la historia, el mensaje que nos deja es pesimista, pues al final ha sido el lado oscuro el que se ha impuesto: medio siglo después, en las guerras del siglo XXI, los norteamericanos maltratan a sus prisioneros, suponiendo que antes no lo hicieran, de la misma manera que, según la cinta, los soviéticos maltrataban a los suyos durante la guerra fría. Si no peor.