Revista Cultura y Ocio

El puente de los espías

Por Julio Alejandre @JAC_alejandre

Una extraña simbiosis, digo, la de los hermanos Cohen y Spielberg, pero con un buen resultado: el de una película interesante, bien ambientada, humana, sin estridencias, y al límite de lo que la sociedad norteamericana puede permitir, gracias, tal vez, a algunos exabruptos chovinistas. La interpretación de Tom Hanks es magnífica: contenida, creíble, sin la exagerada desproporción del oscarizado Di Carpio, pero dándole al personaje la profundidad y honestidad que la película necesitaba. Pero no es sólo Tom Hanks. El resto, los “secundarios”, también están a la altura, al igual que el ritmo narrativo, el guión, la dirección de actores… Por buscarle alguna pega, diría que resulta pelín melodramática, con una ingenuidad que es, al mismo tiempo, también una virtud: cuando uno va al cine a echar el rato, agradece salir con las pilas recargadas.

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En esta curiosa y heterodoxa cinta de espías, por más objetiva que se nos quiera presentar, los soviéticos (y también los alemanes del este) representan el lado oscuro de la fuerza y los norteamericanos, evidentemente, el luminoso. Mientras los primeros torturan despiadadamente a su prisionero, con técnicas de manual de mercenario, los segundos le hacen un paripé de juicio, y se comportan con su espía, al espía ruso quiero decir, con cierta caballerosidad. Pero no es nada que le quite interés a la película, ni siquiera para los más críticos con el patriotismo norteamericano.

Desgraciadamente, si hacemos una lectura de la película a la luz de la historia, el mensaje que nos deja es pesimista, pues al final ha sido el lado oscuro el que se ha impuesto: medio siglo después, en las guerras del siglo XXI, los norteamericanos maltratan a sus prisioneros, suponiendo que antes no lo hicieran, de la misma manera que, según la cinta, los soviéticos maltrataban a los suyos durante la guerra fría. Si no peor.


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