Revista Educación

El romanticismo del atún de lata

Por Siempreenmedio @Siempreblog

El romanticismo del atún de lataLe dijo: “yo ya te estaba buscando antes de conocernos, incluso antes de llegar aquí; he estado buscándote mucho tiempo y al fin te he encontrado”. Y luego él dijo algo del atún de lata, porque esas declaraciones de amor lo ponían muy nervioso y le hacían sacar a la luz lo primero que se acumulaba en la cola de pensamientos, en ese buffer que todos tenemos y que se activa con recuerdos olvidados, con series inacabadas, con palabras perdidas de frases que no se han pronunciado e incluso con sensaciones acumuladas sin saber bien de dónde proceden ni dependen: el olor de un pan de leche que comía cuando era pequeño, el amarillo salpicado de marrón de los plátanos en el frutero, la palabra coronel que aún hoy volvía a su cabeza cada vez que chocaban dos metales o incluso la sintonía de una radionovela oculta tras años de abstinencia de las ondas. Y el atún de lata, por supuesto.

Le había dicho aquella frase y, de tan increíble que pudiera parecer, activó no se sabe qué mecanismos que lo hizo temblar un poco, estremecerse por todo lo que significaba, reírse desesperadamente, y pensar en el atún  (incluso en su aceite y en un trozo de pan blanco por dentro y crujiente por fuera). Este amor le sabía a atún y pan, a merienda en el campo, a un sorbo de cerveza fría y a secarse la boca con la antemanga. Era un amor de búsquedas y encuentros (quizás ya Cortázar lo había escrito hace algunos años, sin conocerlos a ambos y sin saber cuáles habían sido sus circunstancias,  “Lo escribió pensando en nosotros”, fue la segunda cosa que se le ocurrió tras aquella declaración, y recordó aquello de “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”) y le pareció más familiar aún.

Le hubiera gustado haber hecho él esa declaración, la que le dijo ella. Pero no fue así, él habló del atún de lata.

Luego pensó que tampoco estaba tan mal haberse declarado con esto, con un trozo de pescado macerado en una grasa, porque, al fin y al cabo, él sentía siempre y más con el estómago, que era, por supuesto, mucho más agradecido que el corazón.

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