Revista Arte

Entrevista a Marc Fumaroli en Letras Libres

Por Deperez5
Artistas, burócratas y mercaderes
(Fragmentos)  Desde Colbert, había habido una beca de la Academia de las Bellas Artes en Roma. Permitía a los estudiantes que hubieran ganado el Gran Premio de Roma pasar dos o tres años en Italia para estudiar a los grandes artistas italianos y de la Antigüedad. Aunque su amigo Picasso había pasado mucho tiempo estudiando la Antigüedad, Malraux pensaba que esa estancia en Roma era arcaica y la suspendió. La destrucción de esa tradición suprimió la continuidad de las artes francesas y europeas, y coincidió, además, con una dislocación general y rápida de géneros artísticos. Ahora ya no hablamos de pintura, escultura o grabado sino de Arte, con a mayúscula. El “Arte contemporáneo” es lo que el “artista” quiere imponer al público o al cliente, ignorando las convenciones que delimitan el terreno donde cada arte puede ser comprendido, disfrutado o criticado. El discurso, a menudo oracular, que da publicidad a la creatividad sin fronteras del llamado “Arte contemporáneo” ha reemplazado a las artes como disciplinas, y a menudo se convierte en la única realidad de este arte. No queda lugar para la instrucción de los artistas, la posibilidad de que los maestros transmitan el oficio a sus alumnos, el territorio sobre el que el amante del arte pueda comparar, evaluar y perfeccionar su gusto.
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El Estado francés se desvía de su vocación educativa cuando, por ejemplo, deja que uno de sus magnates culturales use el castillo de Versalles como escaparate para los artilugios de “artistas” contemporáneos como Jeff Koons o Murakami, el amado de los multimillonarios.
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Por otra parte, hay otro fenómeno que no existía en 1989: la cúspide de los “treinta años gloriosos” de las economías europeas. Vivimos en una época muy distinta: buena parte de la mano de obra europea, en competencia con la mano de obra china o india, está en paro y por tanto hay un empobrecimiento general bastante preocupante. Y al mismo tiempo, por todo el mundo, en una economía globalizada, el número de millonarios y multimillonarios se ha multiplicado. No sé cuántos hay, pero digamos entre cinco mil y cincuenta mil. Hay excepciones, pero muy pocos de esos millonarios son muy cultos, o incluso cultos. Viven en lo inmediato, no les preocupa lo que ocurrió antes de su nacimiento. No pretenden establecer estándares, como la mayoría de las aristocracias y burguesías. Solo quieren ser campeones del consumo grandilocuente y carísimo, el tipo de kitsch escandaloso y exageradamente publicitado que pueda impresionar a sus pares.
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El arte antiguo no les interesa, en general. El arte antiguo significa prestigio y ellos no aspiran al prestigio, sino al glamour o la publicidad. El arte antiguo significa un poco de gusto, y el gusto presupone comparaciones entre escuelas, épocas, maestros del pasado o del presente, en la medida en que el arte, esa cosa rara y difícil, todavía existe. Esa gente tan rica no pierde el tiempo buscando lo desconocido: tienen sus grandes galerías prefabricadas y sus grandes ferias de arte contemporáneo.
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Aún hay pintores que hacen paisajes y retratos, en Europa, como hay grandes calígrafos y paisajistas en Japón. Hay escultores excelentes. Tienen clientes, pero no tienen escaparate ni acceso al zumbido global. La “élite” global de millonarios no está interesada en esa clase de injusticia: las causas humanitarias dan mejores resultados en términos de glamour y publicidad. Si además les atrae el arte, quieren lo sensacionalista, lo impactante, la obra escandalosa, porque es la que agrandará la imagen pública de su propietario como figura poderosa. ¿Qué puede hacer el Estado ilustrado y educador del pasado para instruir a los ciudadanos en búsquedas desinteresadas, si el conjunto supranacional de los dioses ricos da el ejemplo de una cultura de la avaricia?
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Todo (o casi todo) cambió tras la Segunda Guerra Mundial. El motor americano desveló todo su peso y, esta vez, con su nueva ambición global de reemplazar a la deshonrada y derrotada Europa como líder mundial de la libertad política frente al fascismo y estalinismo. La ruptura con respecto a la tradición clásica que reivindicaban las vanguardias literarias, artísticas y filosóficas europeas fue abrazada en Nueva York y Washington como el nuevo deber estadounidense, el punto de partida de su hegemonía cultural en el mundo libre.
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La élite modernista europea exiliada en Nueva York durante la guerra adquirió pupilos inmediatamente y descubrió el fantástico eco que sus movimientos, marginales en Europa, podía encontrar en y a través del sistema mediático, de moda, publicidad y comunicación, que había desarrollado la cultura de masas estadounidense. Primero se proclamó y asumió en todo el mundo que los pintores del expresionismo abstracto, gigantes como Pollock, De Kooning y Rothko, eran los Apeles y Miguel Ángel del nuevo capítulo estadounidense de la historia del arte. Luego, sin comerlo ni beberlo, Marcel Duchamp fue proclamado el Sócrates y el Aristóteles de una nueva alianza entre moda, publicidad y lo que quedaba de las artes: creatividad para todos. La teoría y la práctica del “Arte contemporáneo” descargaron toda su fuerza sobre lo que quedaba de la tradición europea cuando, después de 1989, los regímenes autárquicos soviético y maoísta empezaron a convertirse al comercio y al dinero. El “Arte contemporáneo” nacido en Nueva York en los años sesenta con los “artistas” pop se atrevió a realizar el gesto definitivo de destrucción creativa, que había descrito teóricamente medio siglo antes el ironista Duchamp, con su mítico orinal ennoblecido como Arte en una galería o un museo: como por “encanto”, las galerías se transformaron en gigantescos supermercados, los bienes vendidos en supermercados se volvieron costosas obras de arte, y el “Arte” se convirtió en un departamento para los muy ricos en el democrático arte de ir de compras. Abandonando su vieja alma europea en museos y bibliotecas, en vez de la naturaleza vieja y superada, Estados Unidos propuso al resto del mundo su propia masiva producción y comercialización de bienes como el canon del Arte, negación de las artes y reproducción con la etiqueta de “Arte” del producto corriente del mercado de masas. ~

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