Es un crimen

-Corren malos tiempos, chico. Hay poco curro, pocas ayudas y la gente sale a la calle para buscar algo que echarse a la boca. El hambre es muy mala.

El aprendiz escuchaba atentamente las palabras de su jefe. No podía pedir más: era  su primer día de trabajo y allí estaban los dos, observando la escena juntos. Todo estaba regado de vísceras, sangre y trozos de carne. –Menuda atrocidad. Hay cosas que sigo sin entender después de veinte años de profesión-, prosiguió.

Ambos se fijaron en un cuchillo que yacía en el suelo. Con rapidez, el joven sacó un pañuelo y se agachó para recogerlo, sujetándolo por la hoja. Luego se levantó y, como había aprendido en la academia, fue apilando los platos sobre los antebrazos, pasando las sobras al de arriba. Colocó los cubiertos encima.

Camino de la cocina siguió prestando atención a su jefe, que maldecía sin parar a los clientes que habían dejado toda aquella comida en la mesa. –¡Es un crimen! ¡Con la que está cayendo! ¡Con esto comería una familia!-, gritaba furioso. El chico volvió para llevarse los vasos y cambiar el mantel.

En diez minutos entró otra mesa para cinco.