Revista Política

Escritores españoñes hodiernos

Publicado el 18 agosto 2012 por Peterpank @castguer

Algunas entradas de la enciclopedia "Escritores españoles hodiernos"


La Fiera ha podido tener acceso a la redacción del Diccionario Varapálico Español Moderno, de donde el feroz Francisco Franco Rodríguez, a) El Ganzúa, sustrajo varias fichas que transcribimos para conocimiento de nuestros lectores.
Prada, Juan Manuel de.- Sobrino nieto de Pio XII, Prada sintió una temprana vocación sacerdotal. De hecho, ya en la cuna bendecía con las dos manos a todo el que se le acercaba, e hisopaba con el chupete a sus allegados. Su ruptura con el papado advino cuando algunos pontífices empezaron a decir que profesar el evolucionismo era sólo pecado venial. El joven Prada, creacionista fanático, rompió con la Santa Sede y empezó a escribir su novela Coños, de grata recordación por sus fans. Fue entonces cuando se dividieron las opiniones sobre él. Mientras unos decían que era un apóstol otros sostenían que era un gilipollas. El diario ABC le ofreció trabajo. Prada, tras cerciorarse de que el rotativo olía lo suficiente a agua bendita, aceptó el empleo y ocupó un puesto en la sección de Santoral y Cultos, donde en seguida comenzó una campaña contra el evolucionismo. En una serie de encíclicas, condenó la ciencia, los avances tecnológicos, el progreso, la poligamia y los telediarios. Editó un CDR en el que se podía oir un párrafo de Darwin de cinco minutos y una carcajada de media hora del propio De Prada a continuación. En un Congreso de Creacionismo Ibéricotomista, llevado por su celo, descojonó a un evolucionista australiano, por lo que fue detenido y encarcelado en los bajos del Ministerio de Cultura, donde se le facilitó un mondongo al objeto de que pudiera observar la evolución de las células. Pero, incluso cuando el mondongo evolucionó y se convirtió en un gato persa, De Prada permaneció firme en sus creencias y manifestó que aquello había sido un milagro de San Pascual Bailón
Marías. Javier.- Como su nombre indica, fue criado en un ambiente alambicado. No se podía juntar con niños que tuviesen las manos sucias y los juguetes que iba a utilizar al día siguiente se pasaban la noche dando vueltas en la lavadora, con agua mineral y un detergente con enzymas biodegradables. Cuando salía de paseo, su mamá llevaba, en una bolsa de crochet, un orinalito de porcelana, para que no tuviera que hacer pipí sobre ningún muro blanco ni ningún ciprés erguido. Pese a tantos cuidados, toda su infancia y adolescencia fue una heroica lucha contra el estreñimiento. Cuando el futuro alfaguarado alcanzó la juventud, un grupo de especialistas logró extirparle el trigémino y sustituírselo por el Diccionario de la Academia, contando –hay que decirlo en justicia—con una transfusión de caca a la que se prestaron generosamente algunos críticos de renombre como Echevarría, Pozuelo Yvancos, Sanz Villanueva, Darío Villanueva, Basanta y Francisco Rico… Y al parecer fueron las heces de éste último, en mal estado por el calor, las que le produjeron un mamatoma que provocó a los pocos meses que el estreñimiento ventrílocuo se trocara en estreñimiento mental crónico e incurable. Como han dicho y repetido los críticos laxantes mencionados, con semejante handicap, hay que agradecer a Marías lo poco que ha logrado.
Muñoz Molina, Andoni.- Aunque no llegó a usar zaragüelles, como su abuelo Modesto Muñoz, su tío abuelo Germán el de la Concha, y su abuela materna, Jennifer de los Dolores, nuestro Muñoz fue desde niño aficionado a los calzoncillos amplios. Algo que determinó su estilo literario, que llegaría a ser tan apreciado por los críticos. Un estilo consistente en que, por cada cuatro líneas en que decía reiterativamente que el hombre había llegado a la luna, añadía ciento cuatro en que explicaba al lector cómo quedaban los calzonazos de muselina morena tras las poluciones nocturnas producidas por las evocaciones de su tía Encarna la del Bombero. De espíritu aventurero, cada tres o cuatro años viajaba a Lisboa, a ver si llovía. Sus mejores recuerdos, según ha confesado siempre, son de los años que pasó en la Guardia Civil, en Úbeda, aunque no llegó ni a cabo. Leyendas locales le identifican con un ladrón de aceitunas conocido por Jack el Destripaterrones, pero se trata de algo que nunca se ha podido probar. Lo que sí ha quedado documentado es el atestado que presentó al comandante de puesto, que le había mandado a detener a tres famosos ladrones de gallinas. Muñoz, el Guardia, llegó al cuartelillo como si le hubiesen arrastrado por las orejas diez quilómetros, con el atestado ya redactado y escrito con una primorosa caligrafía gótica. Que decía: “Perseguí a los ladrones como usía me había ordenado. A la altura de la taberna de El Chato, les dí alcance y conminéles a entregarse en nombre de la autoridad. Entonces me dedicaron solemnes carcajadas, se cagaron en la madre de Usía y, al grito de “¡Vamos a endiñarle!”, se precipitaron sobre el que suscribe y lo pusieron como Usía puede ver”.
Grandes, Almudena. Criada en el agro y educada por una maestra que se salía del molde en cuanto un cateto la piropeaba o le pellizcaba el trastero, Almudena María Grandes de España, Pizarro Cortés, Valdivia del Palomar, Orellana Garrido y Salto de Alvarado, tuvo desde muy niña problemas de obesidad, por su desmedida afición a las mollejas, el chorizo y la sangre encebollada, que trasegaba con mucho pan. No fue capaz de aprender que dos y dos son cuatro hasta que sus dos amiguitas, Marujita Marías y Rosicler de los Dolores, le debieron dos reales cada una. Tuvo, eso sí, la suerte de ser la única hija de un machote ibérico, Roberto Grandes, a quien, por sus hazañas, llamaban en el barrio Picha de Oro. Ello la hizo admirar, desde muy niña, las pollas acojonantes y los culos tersos, comestibles, amasables, lamibles, besables y sogecables. Lo que la ha hecho famosa, sin embargo, es haber logrado asistir en un mes a más de setecientas manifestaciones. Firmemente convencida de que debía manifestarse, un día, por ejemplo, se manifestaba contra la sequía y, al día siguiente, contra las inundaciones. Un día, a favor de bajar los sueldos y al siguiente a favor de que se lo subieran a ella. Casada en únicas nupcias con don Luis García García y García de los Monteros, pregonero del Corpus de Granada y ateo, lucha de su brazo por un sillón en la Academia. Lo suficientemente ancho, eso sí, para que quepan sendos.
Rico, Francisco.- Natural de Alcalá de Henares, aunque otra cosa digan sus curriculumes, a los siete años, y por causa de un resfriado mal curado, le sobrevino el síndrome de don Quijote y Sancho Dawn, lo que le obligó a tomar de por vida baños de asiento en un pozo artesano. Por esta razón, sus posaderas, tanto como su podadera, formaban parte del paisaje alcarreño para las mozas que iban al pozo con sus cántaros a reponer fuerzas. Antes de hacer la primera comunión, ya escribió algunos versos tan espantosos que tuvo que intervenir el señor cura. “A este niño”, aconsejó el sacerdote a sus padres “hay que encauzarle por la aritmética o el cultivo de las hortalizas. Como le de por las letras, desacreditará al pueblo”. No hubo manera. Nene Rico quería ser don Quijote y, aunque no sabía leer –nunca llegó a aprender--, se pasaba la vida con la obra de Cervantes bajo la nariz, lo que dio lugar a que contrajera también –era un muestrario de dolencias— la llamada en los libros moquis sabia, que le impedía enterarse de nada.
Etxebarría, Lucía.- En cuanto la niña prodigio Lucía Etxebarría pisó este mundo (es un decir, porque, al parecer, lo primero que asentó en el planeta no fue un pie, sino el holgado trasero), causó la primera perplejidad de las muchas que habría se causar en su periplo vital subsiguiente. El médico, precisamente el doctor Etxebarría, la comadrona doña Caspe, su tía Encarnación y, como es lógico, su madre, asistentes al parto, miraron asombrados a la futura escritora, durante más de diez minutos. Fue finalmente la tía Encarnación, Encarni para los íntimos, la menos comprometida en el acontecimiento que acaba de producirse, la que pronunció una sentencia que ninguno de los presentes pudo sospechar que habría de repetirse incontable número de veces en el futuro para bien de la literatura española: “Esas tetas no son normales”. “!Y tanto que no son normales!” –se atrevió a opinar el ginecólogo/tocólogo/ajedrecista presente—“En una vaca suiza adulta ya serían anormalmente voluminosas. Esta niña es un prodigio”. No podía sospechar el buen facultativo que, andando los años y las horas, la niña que acababa de traer al mundo, convertida ya en la exitosa autora de Escándalo en el patio y de Yo, Lucía, confesaría innúmeras veces a los periodistas que ella se había abierto camino con las tetas.
Espido Freire.- No la parió su madre. La encontró en el jardín sobre la corola de una rosa de pitiminí, jugando con las mariposas. Susurraba entre encías el Vals de las Flores. Con un dedito blanco, señalaba a los ángeles que revoloteaban a su alrededor. En vez de un batón de seda y un gorrito de encajes, vestía túnica azul y toca blanca de monja de clausura. Dijo llamarse Espido, con voz de canario flauta. ¿Espido Freire?, preguntóle la madre esperanzada. No, Espido sólo, hasta que haga la primera comunión. ¿Por mayo? Por mayo de dentro de siete años. Hasta esa edad, Espidín no hizo otra cosa que rezar el rosario a todas horas y cantar las letanías lauretanas. Esta niña va para santa, decían quienes la conocían. O para confitera, opinaban otros. ¿No parece un merengue? Debía de ser, en efecto, un merengue humano, porque no se dormía hasta que no le espolvoreaban el culete con canela.

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