Revista Educación

Galápagos (I)

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Una garza de lava de Galápagos. Crédito: Natalia Ruiz

Una garza de lava de Galápagos. Crédito: Natalia Ruiz

Ahí estaba ella (o él). Parando el tiempo con su presencia. Mirándonos con sus ojos amarillos (o naranjas), como si fuéramos un fenómeno común en esa playa de manglares y recónditas esquinas, recogidas por rocas volcánicas que nos arropaban en aquel espacio casi mágico. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? La marea empujaba el agua y nos daba o nos quitaba una piscinica que no llegaba a la barriga. Sólo para jugar, como los niños chicos. Y, de pronto, ahí estaba.

Ahí estaba él (o ella), y nosotras respirando despacio, moviéndonos despacio, viendo cómo nos miraba, temiendo que echara a volar. Pero no. Éramos ornamentos del paisaje. Una rama más. Allí el (o la) protagonista era ella (o él). Quien alzaba un esbelto cuello y levantaba una casi imperceptible (y preciosa) cresta de plumas algo más oscuras que el resto, mostrándonos que se encogía porque quería, pero que, cuando estiraba un ala, una pata o el pescuezo, era hermosísimo (o hermosísima).

Tanto tiempo estuvo que mi amiga la dibujó. Tanto tiempo estuvo que pudimos observar cada detalle de su cuerpecillo. Mirándonos así, encogida, parecía un señor (o una señora) mayor enfadado con chepa. Pero al estirarse… ¡ay, al estirarse era tan perfecta! ¡Al estirarse nos regalaba tantas lecciones sobre la belleza!

Se llama garza de lava (o garza enana), es endémica de las islas Galápagos y, a nosotras, se nos caía la baba de tanta maravilla comprimida en un puñado de plumas, una patillas tiesas, algo de carne y unos ojos amarillos (o naranjas).


Volver a la Portada de Logo Paperblog