Revista Educación

Galápagos VII

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Cielo de Isabela, Galápagos (Ecuador). Crédito: Natalia Ruiz.

Estar tumbada en una playa. Cubierta de pies a cabeza porque, si no, me quema el sol. Dejar al descubierto solo un huequito para ver el cielo. Uno muy parecido al de la foto, pero con más nubes.

Respirar la paz.

Y, de repente, sientes como si estuvieras rozando seda con los ojos cerrados, viendo pasar ese roce justo por la rendijita que has dejado.

Lento. Despacio. Gobernando el aire. Tan despacio que hasta te da tiempo de hacer una foto (porque además pasa varias veces, como exhibiéndose, como regalándote). Ay, simple mortal…

Pelícano en los cielos de Isabela (Galápagos, Ecuador). Crédito: Natalia Ruiz.

¡Ese pelícano te está llamando! Así que te levantas, te arrefajas todo el equipamiento protector de pamela, pañuelos, toallas (que pareces una cosa rara) y te acercas, esperando no espantarlo, al pelícano que se ha posado sobre aquella piedra y se acicala, mirándote de lado de vez en cuando.

Los pelícanos, al abrir y cerrar sus enormes picos, hacen un ruido como de cáscara de nuez. Y la bolsa que les cuelga del pico, su “red” para pescar, puede albergar hasta 11 litros (más grande que su estómago).

Su plumaje cambia según estén en época de reproducción o no. Este que ven en la foto estaba en época reproductiva. De hecho, mi amiga Silbi se acercó a uno de los asentamientos donde estaban las parejas preparándose para el cortejo y la posterior llegada de los polluelos.

El protagonista (o la protagonista) de esta foto, reposó un rato sobre las rocas y luego volvió a alzar el vuelo sobre la costa. Majestuoso. Ay, simples mortales…

Pelícano pardo en San Cristóbal (Galápagos, Ecuador). Crédito: Natalia Ruiz.


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