Revista Educación

Jueces de todo

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Jueces de todo

Dejó de salir. Hacía solo lo imprescindible porque mientras luchaba consigo mismo por llegar hasta el destino previsto, allí, parado cada veinte metros, sentía como la gente le juzgaba. Juzgaban su peso, su forma de caminar, sus paradas por la asfixia y hablaban unos con otros y con él, cuestionaban su estilo de vida, su forma de afrontar la vida y de cuidarse.

Solo él sabía por lo que estaba pasando porque también dejó de quejarse, dejó de contar. Quizás impotente, quizás enfadado, probablemente harto de oír: si adelgazaras estarías mejor, si caminaras más estarías mejor, si tuvieras alguna afición fuera de casa estarías mejor...

Y así, en un círculo vicioso, juzgado por todos aquellos que creen que alguien les ha pedido su opinión sobre lo que pareces o lo que eres, se fue hundiendo en su sillón. El líquido fue ocupando su cuerpo de defectuoso funcionamiento y cargó en sus rodillas una enfermedad crónica que poco a poco fue terminando con él.

Hasta en el día de su funeral seguían juzgando. Es que estaba muy gordo, es que no hacía lo que tenía que hacer, es que... Pero nadie se molestó en preguntar ni antes ni después qué era lo que realmente le pasaba.

El domingo hubiera cumplido 80 años y estos días en los que se habla de la violencia estética, de la tiranía de las opiniones ajenas, de la incomprensión y de la estupidez humana, me enfado mucho solo al pensar por qué durante sus últimos años tuvo que sufrir todo eso junto a una enfermedad que ya le había sentenciado.


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