Jurassic World

Debería existir una regla escrita en cine que rezara que si no eres capaz de mejorar la película original, o por lo menos igualar a sus secuelas, mejor quédate quieto. No hagas nada. No mancilles el nombre de una película como Jurassic Park (Steven Spielberg, 1993), un título de culto que durante tantos años ha hecho y sigue haciendo soñar a toda una generación. Esto es justo lo que ha hecho Colin Trevorrow con Jurrasic World (2015)), la cuarta entrega de una saga que certifica lo que todos sospechábamos viendo la decepcionante tercera entrega: la fórmula está agotada. Muchos defensores de este nuevo capítulo jurásico esgriminarán que Jurassic World contiene los mejores efectos especiales de la serie y que el diseño de los dinosaurios es, sencillamente, brutal. Razón no les falta. Pero olvidan lo más importante: a un servidor no le sirve de nada que se empleen todos los avances tecnológicos en una película si éstos no están respaldados por un buen guión, por una buena historia, por un relato que haga tenernos ensimismados de principio a fin, que nos haga sufrir, amar, llorar, gozar, excitarnos, asustarnos. Nada de eso ocurre. Y éste es el garrafal error de esta infame secuela: la total y absoluta ausencia de algo que contar.

Han pasado más de 20 años desde el accidente que revolucionó el parque de Isla Nublar y Jurassic World funciona de forma inmejorable. Claire Dearing (Bryce Dallas Howard) ha convertido al lugar en el negocio del siglo, en parte por su idea de crear una nueva especie de dinosaurio dotado de una inteligencia descomunal, algo a lo que Owen Grady (Chris Pratt) no tarda en oponerse, sobre todo después de que la criatura se escape del parque y comience a destruir y atacar a los visitantes. A partir de esta idea se desarrolla una película que parece mentira que haya sido escrita a ocho manos, dos de ellas las del propio director, cuando un niño de 8 años hubiera sido capaz de otorgar de más sustrato emocional y dramático a este show terriblemente plano insulso que se adscribe a esa odiosa moda de “películas de terror para todos los públicos”. O haces una película de terror con todas las de la ley, o una cinta de aventuras familiar, pero quedarse en tierra de nadie decepcionará tanto a unos como a otros. Con todo, lo peor que le puede pasar a una película sobre dinosaurios hambrientos es que aburra, y Jurrasic World parece incluso vanagloriarse de ello, porque si no no se explica que dedique sus primeros 40 minutos a explicar lo que todos ya sabíamos y que nos asalte el bostezo incluso en las escenas de lucha. Viéndola, a uno le entra esa incómoda sensación de algo ya visto mil veces, de algo que ya apenas le importa. 

Es incontable el carrusel de momentos absolutamente bochornosos de la película, como esa protagonista corriendo en tacones por el lodo junto con el mismísimo T-Rex o esos niños paseando entre dinosaurios en una bola de cristal como si tal cosa, por no hablar de lo mal perfilados que están los personajes y la risible interacción entre ellos -la historia de amor es de órdago- . Del soporífero espectáculo, eso sí, emergen dos poderosas poderosas: las lágrimas de Dallas Howard ante el dinosaurio moribundo -no sólo por encerrar el único amago de emotividad de la cinta, sino porque es el momento que mejor pone de relieve la esencia de la película original: las desastrosas consecuencias cuando el hombre pretende alterar la naturaleza-  y la exhibición del Misosaurio, el gran aliciente y gran creación de la película, no tanto por el dinosaurio en sí, sino por contener la escena más descriptiva de la sociedad actual: esa bancada de público más pendiente de grabar con el móvil la experiencia que de vivirla. Dos notas aisladas, en todo caso, en medio de una película de la que debe permanecer lo más alejado posible el espectador más puntilloso con las buenas historias. 

Basada nuevamente en los personajes de Michael Crichton, Jurrasic World rompió la taquilla a nivel mundial, convirtiéndose en la película más taquillera de la historia en su primer fin de semana con más de 500 millones de € recaudados. Cifras que confirman, y más en la época de incertidumbre económica actual, que todavía quedan dinosaurios para rato. Aunque el guión de las mismas sea más viejo, más añejo, que estas mortíferas criaturas.