Revista Cultura y Ocio

La ginebra convertida en el personaje de sí misma, Manuel Vázquez Montalbán

Publicado el 23 julio 2016 por Kim Nguyen

Jaime Gil de Biedma

Tan mala era la ginebra que durante muchos años quedé saturado de tanta maldad y sólo he podido volver a ella gracias a la hipocresía del martini. Dudo no obstante que Jaime Gil tomara ginebra mala, no sólo como consecuencia de su estatus económico y social, sino de su información cultural. Jaime Gil fue el tercer español que supo hablar inglés correctamente después de Blanco White y don Salvador de Madariaga y aunque en público tal vez hiciera alguna concesión a la ginebra Giró o a la Larios, seguro que en privado homenajeaba ginebras mejor situadas en el escalafón mundial. Lo cierto es que la bebida, y, por qué no, la ginebra forma parte del instrumental de conocimiento de una promoción literaria que con el tiempo ha demostrado tendencias autodestructivas suficientes como para morir matándose; en algún caso, Ferrater y Costafreda, se asesinaron al pie de la letra. ¿Por qué bebían y cómo bebían? Lo pude observar a veces desde la platea de la promoción posterior, cuando Carlos, Jaime o Gabriel nos regalaban el quehacer de jóvenes esperanzas literarias, nos invitaban a una cena, a unas copas, a unas frases brillantes, a veces en francés, otras en inglés y si estaba presente Ferrater incluso en alemán u holandés. Bebían para encontrar el octavo día de la semana, título de moda en aquella época, escrito por un borracho polaco llamado Marek Hasklo, que nominó la finalidad de nuestra angustia concreta y nuestra angustia abstracta. La vida, hubiera podido muy bien escribir Jaime Gil de Biedma, es una larga constatación de que el octavo día de la semana no existe. Verdad. Verdad científica más demoledora que el descubrimiento de la no existencia del socialismo en un solo país o de esa paradoja que esconde la comprobación de la inexistencia del socialismo realmente existente. El descubrimiento de que el octavo día de la semana no existe es inapelable, en cambio puede haber otros socialismo, no sé dónde, ni cuándo, ni cómo. Pero seguro.
Si ya sabemos por qué bebían, agobiados por el siempre insuperable desfase entre la realidad del deseo o a la espera de ese clic mental que cualquier droga consigue algunas veces y entonces atraviesa todos los espejos cómplices de las odiosas facetas de ti mismo, en cambio hay que haberlo vivido para poder contar cómo bebían. Bebían literariamente, al menos cuando lo hacían entre otros literatos, desde el personaje del poeta que bebe para convocar el lenguaje demoníaco, situarse en ese límite entre genio y locura que Jaspers ha defendido como línea de separación entre la creación controlada (la auténtica) y la incontrolada. Bebían para crearse y crear incontroladamente, pero nunca del todo, porque Jaime siempre conseguía parecer un caballero o nos lo parecía a nosotros, su sobrino Miguel, a Helena Valentí, a Juan Marsé, a mí, asombrados ante aquel verbo prodigioso que empañaba con vahos de ginebra los cristales transparentes del último artículo del Vogue, de un poema de Jorge Guillén, de un fragmento de la correspondencia de Auden y Spender o del chisme de cómo contrajeron la sífilis altísimos cargos del franquismo que compartieron a una misma, y al parecer espléndida, espía del Inteligence Service.
No debía extrañarnos. Bebían como el personaje que bebe, por que escribían poemas desde un personaje y quisieron vivir desde un personaje múltiple, imposible. Si convertían sus experiencias, mistificadas o no por la memoria, en material poético, necesitaban el recurso del personaje-poeta como elemento distanciador, para evitar caer en la sinceridad y en la confesión, que casi nunca han hecho nada bueno por la literatura. A ese personaje lo convocaban en la soledad sobria del momento poético, pero de vez en cuando lo convertían en un Mr. Hyde nocturno necesario para soportar al Dr. Jekyll el resto de sus días y de sus vidas, repito que sabedores de la imposibilidad del octavo día de la semana. De Jaime Gil he oído yo muchas palabras condenatorias de la poesía escrita en ebriedad, de la misma manera que debe parecer sospechosa la escritura realizada desde los psiquiátricos, casi tan sospechosa como los propios establecimientos psiquiátricos.
¿Por qué la ginebra y no el jerez o el whisky? Yo creo, sinceramente, que por cuestiones ideológicas. El jerez podía asociarse, sobre todo el dulce, a los falangistas con mala conciencia. Por mi vida, misteriosamente, han pasado no sé cuántos ex miembros de la División Azul que se emborrachaban con jerez dulce. Con whisky todavía no, en aquella época, porque casi todos, y muy principalmente Jaime, eran compañeros de viaje y de el whisky era compañero del Imperio. Con el tiempo descubrieron que era la bebida más diurética, la droga dura que más ayuda a recuperar el ritmo productor al día siguiente y pactaron con ella. Pero a comienzos de los años sesenta, cuando yo les conocí, la ginebra era una tercera vía bastante correcta e insisto en que a mí no me consta que bebieran sólo ginebra Giró o Larios, para ponernos en lo más dramático. De lo que estoy seguro es que de repetirse hoy aquella drogadicción tan literaria que convertía un vaso de ginebra on the rocks en una galaxia total llena de planetas helados y convocantes, la ginebra a tomar sería la bomba. Se la recomiendo, porque me temo que, a pesar de todo lo que ha pasado, entre los seguidores de la poesía de Jaime Gil de Biedma deben abundar los buscadores del octavo día de la semana. Aun sabiendo que no existe, como no existe el hombre, ni Dios, ni Marx. Si persisten en el autoengaño, mézclenla con lo que sea, pero utilicen la Bombai. Es una ginebra tan Jaime Gil de Biedma que es una ginebra distanciada de sí misma. La ginebra convertida en el personaje de sí misma.

Manuel Vázquez Montalbán
Postdata: el elogio sentimental de la Bombai

Foto: Jaime Gil de Biedma


La ginebra convertida en el personaje de sí misma, Manuel Vázquez Montalbán
La ginebra convertida en el personaje de sí misma, Manuel Vázquez Montalbán
La ginebra convertida en el personaje de sí misma, Manuel Vázquez Montalbán

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