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La honradez del asesino

Por Clochard
LA HONRADEZ DEL ASESINO El inspector Curtis se devanaba los sesos mientras miraba por la ventana de su despacho y apuraba su quinto café de la noche. Lo que le obsesionaba era lo mismo que llevaba haciéndolo durante quince años, El Fantasma. Se trataba de un asesino a sueldo que mantenía en jaque a la policía de medio mundo por ser tan escurridizo como letal.
El Fantasma había derrocado gobiernos, acallado revoluciones y decidido guerras entre clanes mafiosos o eliminado a jueces y fiscales demasiado molestos. Se decía que había sido entrenado por la CIA y el Mossad, pero eso pertenecía al campo de los muchos rumores nunca confirmados que acompañaban su leyenda.
De hecho nadie sabía nada a ciencia cierta sobre El Fantasma, nadie podía identificarlo, nadie conocía su nombre ni su aspecto ni sabía cómo aceptaba o cobraba sus trabajos, hasta ahora.
Hacía seis horas que Gómez había entrado en el despacho de Curtis con los ojos iluminados y un "ya lo tenemos" en la boca sonriente. Habían estado interrogando a un Capo local del cual sabían a ciencia cierta que había contratado en varias ocasiones al Fantasma.
Finalmente habían conseguido sonsacarle el método empleado para encargarle sus trabajos; Un apartado de correos en Bangkok, un sobre con una fotografía y medio millón de dólares de adelanto. El resto del dinero se enviaba a la misma dirección una vez finalizado el trabajo.
Sin embargo Curtis no participó del entusiasmo de Gómez, sabía que este último era un brillante policía, inteligente y audaz pese a su juventud, hecho que le había hecho ingresar en la brigada especial tan precozmente. Pero esa misma juventud le hacía ser demasiado impulsivo. Curtis adivinó la decepción en los ojos del joven al contestarle que le dejase pensar en ello.
El veterano inspector sabía que estaban muy cerca de poder atraparlo, todo lo que tenían hasta ahora era una foto sacada por una cámara de seguridad en la que se veía a un hombre de pelo muy corto y muy rubio, casi blanco, hablando por el móvil. En la mano que sujetaba el teléfono, la derecha, se podía ver un pequeño tatuaje justo debajo del pulgar en forma de calavera. Hasta entonces lo único que sabían de El Fantasma era algo que quien había trabajado con él no se cansaba de repetir, era el mejor profesional que existía, siempre cumplía sus encargos, siempre.
Curtis no quería que ocurriera lo mismo que hace ocho años en Berlín, cuándo estaban seguros de tener atrapado al Fantasma. Habían hecho un seguimiento a un joven y prometedor político que acudía a una cumbre. Sabían que era un objetivo de muchas familias criminales y que alguna  habría contratado al asesino.
El fiscal tomaba café en una plaza cuándo un tipo alto de pelo negro largo y barba se acercó sospechosamente con una mano en el bolsillo, Curtis reconoció el tatuaje y dio la orden. Habían cercado la plaza con un dispositivo sin igual, pero de forma increíble El Fantasma consiguió eliminar a su objetivo y escaparse en medio de sus narices, no sin antes herir a dos agentes y matar a otro.
Curtis no podía permitirse otra vez algo como aquello, sabía que sus hombres no estaban preparados para una confrontación directa con aquel asesino letal.
Pero tampoco estaba dispuesto a que se le escapara otra vez cuándo lo tenía tan cerca. Por eso se devanaba los sesos en mitad de la noche en su solitario despacho. 
De pronto se le ocurrió la idea. Era muy arriesgado y se jugaba todo a una sola carta, pero de salirle bien acabaría de una vez por todas con aquella pesadilla. Sacó una botella de Whisky del cajón y se sirvió unas gotas, de haber tenido una familia le hubiera gustado llamar a su casa para dar buenas noticias.
Al día siguiente ordenó a sus hombres que estuviesen atentos a cualquier aviso inusual. A las ocho de la tarde, cuándo Curtis comenzaba a plantearse un posible fracaso, llegó la esperada llamada.
Aquella misma noche Curtis y su equipo entraban en una habitación de hotel de Los Ángeles. Los empleados habían escuchado una detonación y la policía local supo al ver el espectáculo que era asunto de la brigada especial.
Un hombre de unos cincuenta años apoyaba su cabeza contra una mesilla de cristal, en el lado derecho se veía el orificio de entrada de una bala y la mano todavía sujetaba el arma.
Curtis reconoció el tatuaje de la calavera y el sobre con el dinero y la foto del tipo rubio que hablaba por el móvil.
Estaba en lo cierto, El Fantasma siempre cumplía sus encargos.

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