Revista Psicología

La Iglesia está viva

Por Rms @roxymusic8
(Image source: Fernando Redondo y Pedro Suárez)

(Image source: Fernando Redondo y Pedro Suárez)

Cuando estuve en la beatificación de D. Álvaro el pasado septiembre me percaté del espíritu universal de una institución. Fue bonito comprobar que fuera el país que fuera, en cualquiera de los cinco continentes, las personas vivían el mismo espíritu sin importar las costumbres, las tradiciones y la vestimenta de donde estuvieran. Esa fue mi primera experiencia del carácter universal de una parte de la Iglesia Católica. La JMJ de Madrid fue otra experiencia pero todavía no había despertado de verdad a la fe. Eso sí, fue una primera llamada de atención, una nueva puerta abierta en el camino de la fe que empezaría a caminar en los años siguientes, a través de personas y de varios acontecimientos, descubrimientos y experiencias.

Ha sido en el XII Encuentro Misionero de Jóvenes donde he vuelto a palpar esa universalidad dentro de la Iglesia. Además de la comunión entre carismas. ¡La Iglesia está viva! Porque lo están las personas que la forman, porque han tenido un encuentro personal con Dios en sus vidas, porque han abierto su corazón al Amor. Durante aquel fin de semana pude conocer congregaciones y fraternidades misioneras de toda España aprovechando los momentos de las comidas y descansos. Fue divertido estar de pie en medio del comedor, observar a la gente y preguntarme “¿a quién quiero conocer hoy?” y dirigir mis pasos hacia allí. Todos éramos hermanos, no había lugar a la envidia. Se respiraba amor, alegría y respeto. Amor, por el carisma propio. Alegría, por compartir. Respeto, por conocer. ¡Así es la Iglesia! Todos se sienten bienvenidos y como en casa. Nadie sobra ni está fuera del marco. Porque, que haya tantos y tan variados carismas en la Iglesia es para que todo hijo de Dios encuentre su sitio y pueda vivir su vocación en el mundo. Éste tiene necesidad de personas comprometidas y Dios ilumina a ciertas personas para abrir un nuevo camino donde curar esa necesidad a través del Amor.

Nadie allí llevaba una etiqueta distintiva que dijera a qué parte de la Iglesia pertenecía porque no tenía sentido. Daba igual quién tuvieras a la izquierda o a la derecha, con quién te sentaras en el autobús, con quiénes compartieras casa de acogida. Allí se desprendía alegría de convivir y compartir. A raíz de esa convivencia se afianzó el lazo que nos une a todos: el amor a Jesús y el Amor de Jesús. No se puede explicar ni entender de otra manera. No se puede vivir la misión sin esos dos pilares, sin ese encuentro personal y ese caminar junto a quien se encontró. Esa alegría era clara consecuencia y se leía en los ojos de cada misionero. Se notaba en la fuerza de cada testimonio. Se sentía en los ratos de oración. Aun sin haber vivido una experiencia de misión pude percibir todo lo que envuelve la vida de un misionero y sentirme parte de ella. ¿Por qué? Porque la Iglesia está viva, la tienes a tu lado, en tu hermano. En su alegría, en su lucha, en su testimonio de vida.

Es bonito poder conocer a tu familia en la fe y sentir cómo ésta te acoge siempre con una sonrisa y una amabilidad admirable. Tener una vivencia personal es mejor que cualquier tratado o documental. La Iglesia sale al encuentro de uno y uno mismo puede salir al encuentro de ella. La cuestión es, ¿quieres, estás dispuesto? Y deja que te advierta de una cosa importante: la Iglesia no sólo es un edificio, no sólo es una parte del mundo, no sólo es una cantidad de dinero. La Iglesia es mucho más que todo eso y lo puedes comprobar en el trato con las personas que son iglesia, las que han recibido el bautismo, han conocido personalmente a Dios y han decidido caminar junto a Él pase lo que pase, estén donde estén, cometan los fallos que cometan. Las personas que conocí en ese Encuentro son Iglesia sin lugar a dudas. Aparte de la alegría que desprendían, noté esas ganas de propagar el fuego del Amor, de dar a conocer a quien les cambió la vida. Siempre con gestos de acogida, no sólo de palabra. Así caminaba Jesús entre la gente, unas veces hablaba con ellas y otras, con un simple gesto como es una sonrisa, una caricia, un abrazo, se metía en sus vidas a la vez que les acogía en la suya.

La Iglesia la encuentras en la calle, en una parroquia, en el trabajo, en casa, en la universidad. Dondequiera que esté tu hermano, dondequiera que estés tú. Siempre, dondequiera que acojas, escuches y ames como lo hizo antes Dios contigo.


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