Revista Cultura y Ocio

La pálida

Por Julio Alejandre @JAC_alejandre

rostro ensangrentadoEstabas en medio del zacate, amor mío, botado en el suelo, a esa hora en que la tarde cae. Tenías flores rojas en el cuerpo y ella estaba sentada junto a ti. Sostenía tu cabeza entre sus manos frías, hechas de aire y de dolor, se aferraba a tu cuerpo, jalando de él. La encontré cuando te llevaba, furtiva, igual que una fiera cuando esconde a su presa. Era de color azul, los cabellos de agua dispersos en el aire, hermosa. Y daba miedo. Me miró con sus ojos negros y callados: aléjate, me decían, es mío, yo lo vi primero. Pero me acerqué y aparté sus manos horribles, heladas y viscosas que no querían soltarte. Las retiré y se quedaron engarfiadas en la nada, y se marchó como un viento, mirándome con sus ojos muertos, mirándome sin rencor.

Eras todo tú una orgía sangrienta. No sé por qué te ayudé. No lo sé: tantos disgustos que me ocasionaste después. Pero se levantó la polvazón espesa de los días agobiantes de la canícula y te curé con mis propias manos, que quedaron rojas como si tuviera puestos unos guantes de ese color. Con estas manos, las estoy viendo, las mismas de matar. Desgarré mis ropas a tiras para poder empapar tanta sangre como botabas. Dios mío, cuánta tenemos dentro. Cayó un sol rojo aquella tarde, y también dorado. Rojo por la sangre y dorado por el amor. Porque allí mismo te amé. Allí, más muerto que vivo.

 

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog