Revista Psicología

La percepción del amor desde la experiencia fallida

Por Yanquiel Barrios @her_barrios
La percepción del amor desde la experiencia fallida

El Siglo de las Luces trajo consigo más que la fórmula de Liberté, Egalitéet, Fraternité, nos heredó, de forma impositora el concepto de amor romántico. Bajo este estandarte hegemónico se construyó parte de la subjetividad de sus receptores los cuales, en siglos de avance social, cultural y legal, lograron asimilar dicho constructo. Luego en el siglo XX, tras el surgimiento del Internet y las redes sociales, dichos conceptos arraigados en la subjetividad colectiva, aún con diferentes matices individuales, lograron socializarse de consumidor a consumidor, alcanzando mayores y más diversos grupos sociales, creando entonces la falsa idea de un amor desprovisto de situaciones problemáticas, en otras palabras: el amar no conlleva algún tipo de alteración emocional, anímica o situacional causante de distrés.

Esta creencia, secundada en cuanta plataforma ha creado o trabajado el ser humano, constituyó y aún constituye una fuente metodológica en la experiencia-proceso de amar, entendiéndose este verbo como la capacidad psico-afectiva y social que tiene el individuo de establecer lazos emocionales relativamente duraderos en el tiempo hacia otros individuos y hacia sí mismo. Es precisamente el conflicto entre este concepto o idealización y la realidad, aunado a la falta de herramientas emocionales, lo que ha provocado la enajenación del individuo sobre esta capacidad enmarcada en el plano del romance y la búsqueda del acompañante ideal.

La Relación, La Experiencia Fallida y el Miedo

Se han remodelado las relaciones tanto sociales como románticas a su elemento netamente material. Las personas han pasado a ser una vía de resolución a las necesidades individuales, necesidades que responden a experiencias psico-afectivas traumáticas vividas (falta de atención, apoyo o afecto de uno de los cuidadores y responsables, desengaños afectivo-emocionales, pérdidas de lazos psico-afectivos idealizados como sempiternos) que, en muchos casos, se plantean como génesis de problemas de gestión emocional. Se crea así un vicio generador de conflictos inter e intrapersonales en los cuales dar o recibir amor, es el fin, más allá de las personas.

También los miedos heredados de relaciones fallidas pasadas crean en nuestra percepción de las relaciones una cuenta bancaria emocional en la cual, estos miedos-experiencias, no son solamente depositados a nombre personal sino también tomados de otros a forma de préstamo sin retorno: la infidelidad sufrida o acaecida por un padre, la decepción de un amigo, el dolor de un vecino. De esta forma se va creando, solapadamente, una creencia sobre qué sería el amar la cual, a su vez, mella en los individuos la capacidad de construir su propia (y objetiva) experiencia socio-relacional de este proceso.

En conversaciones recientes con un grupo de 20 individuos estudiantes de pregrado sobre las relaciones afectivo-emocionales que involucraban la capacidad de amar como eje relacional, todos ellos aceptaron que las experiencias desacertadas sufridas por otros en conjunto con sus propias experiencias, lograron crear en ellos miedo a la vulnerabilidad en las relaciones intra e interpersonales, formándose así la creencia de la apatía afectiva-emocional: "-No importa quien sea o cuanto me dé, no puedo dejar que me llegue a importar-". Bajo el influjo de esta visión se lacera la capacidad individual de amar y se traslada la actividad y capacidad del amor hacia un modo de validación netamente personal y no igualmente social; dicho en otras palabras: amar sería una moneda de cambio para comprar la solución a carencias individuales sin tomar en cuenta al otro en la experiencia-proceso que es amar.

Son estas experiencias las que generan condiciones de no-afectividad en el individuo, el cual, en aras de logar una homeostasis emocional (puesto que la falta de amor daña la percepción y valor personales) procura la creación de experiencias parecidas a modo de reemplazo: promiscuidad, uso excesivo de las redes sociales, participación obsesiva en eventos de índole social, sobrecarga de tareas individuales, super-socialización. Otro efecto de dichos conflictos sería el extrañarse ante eventos genuinos de amor brindados por otros individuos, logrando así que su campo sobre la situación se autorealice y por ende se auto-renueve, pues al no lograr una gestión emocional pertinente de dicha actividad se prejuicia cualquier intento del individuo ajeno haciéndolo coincidir con nuestra propia percepción del hecho.

Pero, ¿por qué se presenta como relevante la concientización sobre esta compleja situación que actualmente se vivencia? La respuesta sería sencilla: es el ser humano un ser biopsicosocial. En el desarrollo del psiquismo se plantea la socialización del individuo como una de las fuentes principales de su producción, establecimiento y mejoramiento, pues es solo (dispuestas las condiciones biológicas favorables) en sociedad es que se desarrollan los nexos, herramientas y habilidades adecuadas para la construcción psicológica. Dígase de otra forma: el ser humano ha nacido para desarrollarse en sociedad. Esta idea es el momento creacional para plantearnos la importancia de entender la capacidad y actividad del amar como fundamental y junto a ella la gestión individual de herramientas emocionales que nos permitan dilucidar posibles resoluciones a estas situaciones que se han planteado.

Nos es necesario lograr la separación de nuestra propia experiencia y, por ende, realidad, de la experiencia ajena, pues es el comienzo a la autonomía emocional y a la liquidez de una nueva cuenta bancaria emocional que bajo estos preceptos nos de capacidad adquisitiva para lograr convertirnos en dueños de nuestra propia construcción afectivo-emocional. Denotar la importancia de la no idealización filtrada por cánones preconcebidos desde épocas ya lejanas, cánones basados en una cosmovisión primordialmente biológica y estrecha, que encierra al ser humano en su función más básica sin permitir el uso cabal de sus capacidades psico-sociales y a la vez nos alejan de la materialización de nuestra plenitud activa.

Entender la urgente necesidad de darnos el derecho y posibilidad a ser vulnerables ante el otro, lo cual no significa ni ha significado nunca sometimiento sino apertura a la concientización de las verdades personales que nos ayudan a empatizar, reconocer y evolucionar como seres psico-sociales. Este punto es de suma importancia pues se reemplaza el miedo a la vulnerabilidad basado en un pavor intrínseco al dolor emocional, por la oportunidad a la confraternización, empatía y descubrimiento del otro individuo dotado de experiencias únicas y útiles. Las experiencias individuales son importantes en nuestra percepción de los asuntos sociales y personales, pero bajo ningún concepto representan formas únicas e inamovibles de concebir la realidad. Nuestra percepción de esta puede ser transformada a voluntad trabajando de forma consciente y disciplinada con nuestras experiencias previas y emociones, de ahí que se plantée la importancia de la gestión emocional como herramienta base para la transformación personal y psicológica, en búsqueda de una necesidad (que ha de primar en el individuo) de actualización. Salir de nuestros propios miedos y concepciones fallidas del amar se plantea como necesidad primaria actual y para ello, entender que no somos responsables de aquella experiencia que no emana de nosotros, será de vital repercusión para poder darnos y dar la oportunidad de seguir construyendo sobre cimientos que, esperemos, sean cada día más sólidos e imperecederos.

Partamos hoy hacia un futuro emocionalmente sostenible y próspero, disponiéndonos a amar en su total y humana magnitud.


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