Revista Educación

La rebelión de los segundos violines

Por Siempreenmedio @Siempreblog
La rebelión de los segundos violines

La semana pasada, una carta a la directora de El País se hizo viral: 16 líneas -en formato digital- tan contundentes que a mí, al menos, me provocaron una empatía enorme. Una madre contaba en ese breve artículo que su hija quiere ser "segundo violín; no primero ni solista, ella lo que quiere es tocar tranquila en un segundo plano, porque eso le hace feliz". Sin embargo -se quejaba esa madre-, el mundo en que vivimos solo premia a los primeros o los que se preparan para ello; generaciones enteras enfocadas a ganar, a estar en cabeza, pisando incluso a veces a los demás.

Me quedé pensativa. ¿Hasta qué punto vale la pena, de verdad, el precio, el camino para ser primer violín? ¿Y si la nube de ese primer lugar nubla realmente nuestra felicidad? ¿Por qué la sociedad en que vivimos, ahora que tanto se nos llena la boca con la diversidad, no premia e impulsa por igual a quien quiere estar en otras posiciones que no son las de cabeza?

Intercambié esta opinión con una buena amiga que sé que comparte esta forma de pensar. "Me siento tan identificada...", me dijo. Y no pude mas que darle la razón, porque en gran medida sintonizo con su forma de ver la vida. Pensé entonces que esta vorágine en la que nos hemos metido, a veces sin querer, nos incrusta el chip del éxito constante, un éxito asociado siempre a ser el mejor, el primero. Aquello de que lo importante no es ganar, sino participar, es la mayor falacia que se ha inventado. ¡Qué triste!

Cada vez que alguien de nuestro entorno logra un primer puesto de lo que sea lo felicitamos, porque entendemos que es un objetivo que ansiaba, y quizá lo sea. ¿Pero de verdad es deseo propio o impuesto? ¿Por qué no está bien visto ir por la vida como segundo violín? ¿Por qué es peor o menos honroso situarse en segundo lugar, sin querer protagonismo? ¿Es acaso menos profesional?

No se trata de no poder, sino de no querer, de ser más feliz en esa segunda posición, en ser ese segundo violín del que hablaba esa madre.

Sin embargo, en este debate se cuela también la casuística tóxica: aquella en que los segundos violines acaban realizando la labor de los primeros por pura responsabilidad. Estos casos abundan más de lo que debería. Esos primeros hacen dejación de funciones y dejan esa responsabilidad, como quien no quiere la cosa, en los segundos; y saben de sobra que esos segundos no les van a fallar.

Y ahí es donde debería producirse la rebelión de los segundos violines para dejar al descubierto a los primeros. Porque ser segundo, lo reivindico, pero cuando el primero no es un auténtico caradura. Al final, la orquesta suena si todos los instrumentos están afinados y los músicos saben interpretar la partitura.


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