Revista Educación

La sabiduría perdida

Por Siempreenmedio @Siempreblog
La sabiduría perdida

Si no han estado desconectados de la realidad en las últimas semanas, habrán oído hablar del extraordinario caso de los cuatro niños que sobrevivieron cuarenta días en la selva amazónica colombiana, tras sufrir un accidente aéreo en el que murieron los tres adultos con los que compartían viaje. La mayor, de solo trece años, fue capaz de mantenerse con vida a ella misma y al resto. La clave de la supervivencia está en que son indígenas y, dentro de su cultura, conocían, respetaban y mantenían contacto con esa Naturaleza, hostil, que haría que la mayoría de nosotros no durara ni un día en la selva. Con el paso de los días se han ido conociendo detalles de su situación familiar, que lleva a pensar, con todas las presunciones necesarias porque estos casos mediáticos los carga el diablo, que igual la selva era menos infernal que su casa. Pero si algo han demostrado estos niños al mundo, con esa niña valiente al mando, es que el mundo que se considera "civilizado" es presuntuoso y nos ha llevado a perder ese conocimiento tradicional, hasta el punto de volvernos ignorantes y débiles. No sé quién decidió que el desarrollo debía alejarse de la sabiduría de quienes crecieron con un contacto mayor con la tierra, ni que los avances de la ciencia eran incompatible con aprender supervivencia.

La sabiduría perdida

Pongamos como ejemplo esa absurda actitud que tenemos en Canarias de vivir de espaldas a nuestra realidad isleña y volcánica, sin planes específicos que se expliquen en los colegios, sin un mínimo de saber qué demonios hacer ante una erupción, un terremoto o un maremoto. Entre la generación de mi abuela y la mía se ha perdido un conocimiento que nos hacía útiles ante esos desastres que solo queremos ver en las películas. Ella sabe qué palos y ramas hay que escoger para hacer un fuego, porque no todos se pueden utilizar y algunos son tóxicos; qué hacer si te sorprende en medio del monte una tormenta con relámpagos; qué frutos y plantas son comestibles y cuáles no, cómo vestir las paredes de una cueva para pasar menos frío. Déjenme a mí una noche en el monte de Garafía y será un milagro que sobreviva.

Estos niños indígenas, tan chiquitos, ya supieron usar las hojas para recoger agua, alimentarse de aquello que tenían alrededor y que no suponía un peligro y moverse por una selva donde la visibilidad es nula. También se beneficiaron de la tecnología, del material de supervivencia que les tiraban desde el cielo, de las ondas que llevaban la voz de su abuela a sus oídos para animarlos y darles fuerza. Así debería ser, que los avances técnicos y la sabiduría adquirida por la experiencia de generaciones se aliaran en defensa de la vida.


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