Revista Comunicación

La segunda ola ya es una realidad y remontarla depende de nosotros

Publicado el 14 noviembre 2020 por Alexapn @pereznova

Cuando se anunció la pandemia por coronavirus, que además incluía una cuarentena impensable en el siglo de los avances tecnológicos y científicos, en el siglo de la calidad de vida, no imaginamos que sería de largo alcance y de duración indefinida.
Pese a la tecnología, la ciencia y la investigación, no ha sido posible desarrollar una vacuna suficientemente eficaz para erradicar el virus, a la fecha solo consiguen el 90% de efectividad y con dudas. 

Es un golpe de realidad que todavía nos mantiene en estado de negación, pero con la esperanza que todo regrese a esa normalidad que aceptamos a fuerza de amoldar el consumismo a nuestra existencia, como una droga que conseguía que no pensáramos demasiado. Sencillamente estamos padeciendo el síndrome de abstinencia.

La segunda ola ya es una realidad y remontarla depende de nosotros

Fotografia de Juan Urrios

Ya es en noviembre. Nueve meses después el coronavirus ha parido la segunda ola sin mucho esfuerzo, sin que hubiese forma de impedirlo, sin darnos tiempo a respirar. El coronavirus se ha adaptado sin problemas a la cotidianidad, tomando el control en la forma de un indeseable y abrumador bucle: se reinicia a cada tanto mientras la crisis social y económica se hace inmanejable.
De la esperanza y el optimismo hemos pasado a la desesperación y al desconcierto. La incertidumbre se ha plantado en terreno fértil para que en esta segunda ola se acrecienten y sin embargo no prosperen, las protestas ideológicas, económicas y sociales, exacerbadas con el anuncio de nuevos confinamientos y restricciones. Medidas que evidencian que también se ha perdido la libertad de trabajar en esta nueva normalidad con múltiples desventajas.
Sí, creíamos que éramos libres porque había espacio de sobra para la individualidad sin compromiso social. Ahora que la individualidad se ha perdido y descubrimos que somos un colectivo sin libertades, la ira y el inconformismo se han desatado a niveles insospechados, mientras la segunda ola elimina cualquier sombra de duda: hemos permitido que nos engañen como a niños con el caramelo de la percepción de libertad, seguridad y calidad de vida. Su dulce sabor se hizo amargo al final.
Las secuelas sociales están resultando tan destructivas como la enfermedad por coronavirus. Nos han dicho que la crisis económica es un problema de todos porque la economía mundial va en picada. Es cierto, pero la única y verdadera economía que está colapsando es la que diariamente mueve un país.
Esa es la economía viva, que late de la mañana a la noche, que hace presencia constante en el comercio, los servicios, la manufactura, la agricultura. Es el complejo y productivo tejido empresarial conformado por las pymes, los emprendimientos, los autónomos, los campesinos, que involucra a la clase media y a la clase baja que se la juega todos los días para llegar a fin de mes.
La ONU concuerda. Afirmó en 2017 que las pymes “son la espina dorsal de la mayoría de economías del mundo…Las posibilidades que generan, económicas y de otros tipos, pueden ser la respuesta a las necesidades sociales de muchas personas y servir de base para la inclusión”. Para entonces, representaban el 90% del total de empresas, generando entre el 60% y el 70% de empleos y siendo responsables del 50% del PIB (producto interno bruto) a nivel mundial.
Son estadísticas con fundamento económico, académico y técnico que no dejan espacio para ambigüedades. Este complejo tejido empresarial que representa la mayoría de la población, es la verdadera economía que mueve el mundo y la clave para la reducción de la pobreza.
Desde esa perspectiva, era predecible que con las medidas de contención por dedocracia, sin planificar y la ausencia de garantías y apoyo financiero a esta economía fundamental, la pandemia mundial resultara en una crisis social de grandes dimensiones, con la economía rozando los niveles de recesión equiparables a la gran depresión del 29.
Sin embargo, los conglomerados, las multinacionales que representan la economía del statu quo de la que se dice es el cimiento de la economía mundial, no ha conseguido frenar la caída, siendo los únicos que llevan la crisis en condiciones por gozar del respaldo de la política internacional.
Aportan menos que antes al desarrollo económico y social de la población vulnerable y no obstante exigen más ayudas que incrementan la deuda pública y que tiene consecuencias que agravan la situación de la clase media; como el aumento y creación de impuestos, con la excusa de evitar la recesión y conseguir cubrir los altos costos que está dejando la pandemia.
Perciben como un hecho natural que el gobierno les provea ayudas económicas porque según dicen, generan empleo. Sin embargo, justifican los despidos masivos con la pandemia. En cualquier caso, todo justifica que los gobiernos violen la constitución y pasen sobre los derechos civiles para salvarles de la crisis, en particular, al sector financiero, porque dicen, reportan pérdidas, pero paradójicamente siguen obtenido billonarias ganancias durante la pandemia, todo un enigma.
Está claro que a ningún gobierno le preocupa que “la espina dorsal de la mayoría de economías del mundo” esté entrando en una segunda debacle económica en menos de un año y que amenace ruina. Definitivamente, la libertad representada en la democracia del modelo económico actual, es una utopía tan bien maquillada, que consiguió que viéramos la anormal desigualdad como parte de la normalidad.
Ese escenario sugiere que es inútil continuar esperando que las soluciones lleguen de la mano de los responsables de esta crisis, que además, con sus políticas improvisadas, hacen que se incremente en intensidad y duración. Es como una receta que solo consigue que el pan salga del horno cada vez más duro, quemado y con peor sabor, incomible para sobrevivir, literal.
Y ahora, sin que suene a cliché, es tiempo de ver la crisis como una gran oportunidad. Es tiempo de remontar, de corregir lo que haga falta, de dejarnos de obvias teorías conspirativas, de discursos populistas y de toda forma de discriminación, porque lo único que se ha conseguido es poner más obstáculos para la recuperación, como si ya no tuviésemos suficientes.

Pasemos de la problemática a las soluciones, este el momento bisagra

La segunda ola debe ser el punto de inflexión. Un momento que puede ser histórico y peligroso, porque como señala Toby Ord, autor del libro The Precipice, “hemos creado amenazas que nuestros ancestros nunca tuvieron que enfrentar, como una guerra nuclear o ingeniados patógenos asesinos. Y encima, no hacemos suficiente para evitar que estos eventos ocurran. Un paso en falso puede provocar el desastre”
Por tanto, para aclarar el oscuro panorama e iniciar la recuperación, como en cualquier proceso de rehabilitación, primero hay que reconocer que tenemos un problema y aceptar que esto es lo que hay: un virus que sin ser del todo mortal, nos ha sumergido en una nueva normalidad que a todos nos incomoda, porque nos sacó de la zona de confort de la anterior normalidad.
Ahora mismo nos encontramos en medio de una epidemia que puja por hacerse endémica, y que sirve de excusa para que se vulneren los derechos civiles y sociales. Esto significa que es tiempo de considerar nuestras opciones, porque está claro que no hay manera de continuar como veníamos.
Podemos persistir en los justos reclamos a las grandes corporaciones, que usan nuestros datos con consentimiento, subjetivamente obligado, la información que entregamos sin condiciones en las redes sociales y otros medios digitales, y de la que se benefician económica y políticamente, mientras continuamos a la espera de que la legislación solucione el tema de la privacidad sin mucho éxito.
Podemos lamentarnos porque los bancos, pese a la pandemia y el confinamiento obligatorio, no les tiembla la mano para dejar a niños, ancianos, familias enteras en la calle y porque las ayudas y derechos para los que permanecen en el limbo social de ser y no ser pobres para el sistema, son inexistentes.
Podemos protestar por el cambio climático que está acabando con el único hogar del que dispone el ser humano. Porque la desigualdad, la discriminación en todos los niveles aumenta el caos social y económico. Porque los gobiernos son corruptos y cuidan de los intereses de esos pocos que les favorecen, mientras desprecian e ignoran a quienes son ‘ceros’ en el modelo económico. Tenemos la opción de seguir protestando en las calles porque la lista de porqués, es demasiado larga.
No obstante, repetir las quejas una y otra vez, como si vivir en ese bucle infinito fuese del todo normal, y esperando que en algún momento arroje soluciones mágicas y conmueva la inexistente conciencia de los líderes políticos, es inútil, no va a suceder. Para salir del bucle debemos hacernos cargo de nuestros errores de elección, aprender de éstos y comenzar a pensar en soluciones de corto, mediano y largo plazo.
Una segunda opción es la planteada por diferentes sectores: la Desobediencia Civil, que infortunadamente, se le ha dado una connotación negativa. En lo personal y lo profesional, me inclino por la visión de Flavia Broffoni, una reconocida activista argentina, que tiene peso moral porque ha pasado de la fe ciega en el sistema, a la decepción total por experiencia directa, pero que ha sacado los arrestos, el amor y la valentía para orientar el activismo al sentido común.
Es preciso aclarar que Desobediencia civil no es sinónimo de violencia. Es incoherente acabar la violencia con violencia, un fuego no apaga otro, lo aviva. El tema no es violentar la democracia, el objetivo es construir una verdadera democracia desde el respeto y la tolerancia, con propuestas y acciones coherentes, que construyan el concepto de la sociedad en que queremos vivir.
Estamos ya finalizando el 2020 en compañía de una pandemia que tiene pocos deseos de marcharse, pero que nos deja suficiente evidencia con la que se confirma, que el modelo económico actual no funciona, no es equitativo y menos aún, consigue “erradicar la pobreza absoluta” —frase cliché de los organismos internacionales— Por el contrario, ha intensificado la problemática social y económica global, además de atentar contra la supervivencia en el planeta.
Entonces, ¿qué sentido tiene dar continuidad, apoyar, estimular, trabajar y vivir por y para un sistema que cada día nos hunde sin remedio, en la incertidumbre del futuro? No hay duda, no tiene sentido.
Es por este motivo que el modelo de Desobediencia civil con sentido común, tiene sentido. Anima a considerar las opciones de las que disponemos, para tomar decisiones individuales con potencial de transformarse en decisiones colectivas. Que surtan el efecto voz a voz, para que tengan repercusión global y estimulen la formación de espacios y colectivos que propendan por la construcción ética y equilibrada de la relación sociedad - economía. Únicamente requiere una actitud más crítica frente al statu quo impuesto por el modelo económico actual.
A modo de ejemplo, pensemos en el Black Friday. Seguramente eres de los que aprovechan la ocasión. No solo es tentador, también resulta más económico adquirir cosas que necesitas o que sencillamente te puedes permitir. Has trabajado duro por ello. Sin embargo, puede ser que la prisa diaria no te ha dado tiempo para considerar las implicaciones, el trasfondo de “esa compra online” con evidentes ventajas económicas, y mejor aun cuando se trata de tecnología.
Tal vez no te has enterado, pero al menos el 90% de los productos que se venden durante un Black Friday provienen de la industria China. Sí, me vas a decir que Apple y otras firmas no son chinas, cierto. Pero sus productos se manufacturan en el continente asiático. De ese modo consiguen bajar los costos de producción, que les permite obtener una mayor rentabilidad, —cortesía del modelo de externalización de los años ochenta— y de paso evitan someterse a la normatividad laboral, ambiental, social y tributaria del país de origen. En caso contrario las ganancias para los accionistas se reducirían considerablemente.
Y como toda acción tiene consecuencias, la onda de efecto tiene largo alcance, recorre todo el planeta. El continente asiático no se caracteriza precisamente por su preocupación en las implicaciones sociales y ambientales; pasa de estas en sus procesos de producción y en detrimento del planeta y del tejido social y empresarial.
Así se destruye la industria local, sí, la de tu país. Es uno de los motivos por el que la búsqueda de empleo de calidad se complica sin importar lo bien preparado que puedas estar, porque la estructura de las empresas se está reduciendo al mínimo. Prescinden al máximo de todo lo que implique producción y de la contratación directa, para enfocarse en explotar la marca, preferiblemente, de forma no presencial.
De ese modo el desempleo aumenta, hay menos poder adquisitivo y los índices de criminalidad se incrementan. Como consecuencia, además de la incertidumbre acerca de tu futuro, se acrecienta el temor a caminar solo en la noche, o que alguien te pueda asaltar en tu casa, en tu auto, en el transporte público, o que tu información financiera quede expuesta.
Creo que ya comienzas a ser consciente que tu acción individual, por insignificante que parezca, tiene poder, imagínate si es colectiva. De ahí el valor de la Desobediencia Civil con sentido común. Es una opción democrática y razonable porque reconoce tu derecho civil de ser parte del cambio, de ser parte de la salida de la crisis.
La opción de apoyar la producción local y la de países con producción sostenible que priorizan y valoran el hecho a mano, los productos y servicios locales con consciencia ambiental y social, consigue impulsar el crecimiento de las pymes, de ese complejo tejido empresarial, que es “la espina dorsal de la mayoría de economías del mundo”. Una opción que hace posible que el cambio de paradigma económico y social sea una realidad.
Es una gran decisión. Después de todo es difícil resistirse al precio favorable que ofrece la industria China de la mano del modelo capitalista, —toda una paradoja si te piensas que los chinos se dicen comunistas —. De cualquier modo merecerá la pena ya que las empresas de tú país crecerán, generarán empleo, pagarán impuestos, el poder adquisitivo de la población aumentará y los índices de criminalidad descenderán progresivamente. Ese es el verdadero significado de Economía dinámica.
Así cuando los ciudadanos gozan de una posición social y económica positiva, la sociedad se fortalece. Se convierte en un colectivo con peso para ejercer control en los procesos de producción y comercialización, exigiendo a las instituciones gubernamentales el cumplimiento de las normas ambientales y sociales.
Pero si todo el sistema productivo está fuera del alcance del control social, es imposible desde cualquier perspectiva, reclamar a China o a cualquier otro país, por las consecuencias de sus cuestionables sistemas de producción que ocasionan el efecto invernadero, entre otras consecuencias ambientales y sociales. Greta Thunberg lo intenta, continúa en su lucha, infortunadamente sin mayores resultados.
Y bueno, argumentarás que la corrupción se lleva todo; las ayudas, los impuestos, que los corruptos quebrantan las leyes sin que nadie lo impida. Finalmente los corruptos terminan gobernando y es imposible esperar políticas que propendan por los derechos civiles, sociales y ambientales. Entonces, ¿por qué los eliges una y otra vez conociendo sus antecedentes? Es otro tema en el que hay que profundizar.
La Desobediencia Civil es un tema de opciones y decisiones, de animarnos a cruzar la frontera de nuestros límites mentales, de emigrar a nuevas posibilidades, de arriesgarnos a reaprender. Para cruzar esa frontera no hace falta pasaporte ni visa, solo hace falta pasar a la acción apoyando e impulsando iniciativas sustentables para la construcción de una nueva sociedad, para que el cambio ambiental, cultural, social y económico sea sistémico.
Esta es una propuesta que puede integrarse a otras propuestas de modo constructivo y sin radicalismos. Tenemos el derecho de estar de acuerdo y en desacuerdo; de proponer; de tomar lo que nos sea útil y desechar sin prejuicios lo que no; del sano debate surgen las soluciones.
Podemos decidir sin violencia, haciendo uso del sentido común. Podemos unirnos con el objetivo de cruzar la frontera de la incertidumbre del futuro. Nos vemos la próxima semana.


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