La seguridad de un agujero

Los hechos que relata La trinchera infinita bien podrían ser objeto de una película propia de la siniestra tradición supersticiosa que rodea los Viernes 13. Pero fue real. Esta historia que dirigen tres cineastas vascos, Jon Garaño, Aitor Arregi, José Mari Goenaga, sobre los asesinatos tras el golpe de Estado de Franco y la represión en un pueblo andaluz, no es el argumento de una ficción de terror. Como Higinio (interpretado por el omnipresente Antonio de la Torre), muchos republicanos se ocultaron en agujeros, falsas alacenas y dobles paredes y techos para salvar sus vidas, y, como Rosa (emocionante Belén Cuesta en su interpretación), sus mujeres, madres, hijas y otros familiares tuvieron que fingir, acompañar, mentir, soportar la ignominia y el maltrato de unos vecinos que arrimaban el ascua a su sardina, pasar con la mirada gacha ante quienes los habían denunciado, vivir también condenadas al encierro del secreto, mientras dejaban pasar la existencia en una falsa libertad.

Aunque se podía haber abordado la realidad de los conocidos como "topos" desde múltiples puntos de vista, La trinchera infinita opta, en mi opinión con acierto, por la claustrofobia de quien pasa décadas en un agujero. Van directo al corazón los planos en los que Rosa, sentada ante una vieja máquina de coser, habla con su marido, que apenas sobresale de un agujero en el suelo. En cambio, sobrevuelan las más de dos horas de película la dignidad que intenta sacar la cabeza, frente a aquello que el franquismo consiguió con buena parte de los españoles, sumirlos en el miedo, en la ignorancia. Tanta humillación soportada hace que, en ocasiones, casi parezca más seguro el agujero que el exterior, como el canario que si saliera de su jaula, aun cuando le abrieran la puerta de par en par, tendría menos opciones de sobrevivir, perdida ya la capacidad de alimentarse solo y huir de sus depredadores.

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