Revista Educación

La vacuna

Por Siempreenmedio @Siempreblog
La vacuna

Desde hace meses, a los consabidos títulos de entrenador de fútbol, experto en interpretación de resultados electorales y analista político, además de catequista de siete religiones distintas, unimos nuestro doctorado en epidemiología. Ahora también sabemos de vacunas.

Con la suspensión temporal de los ensayos de la vacuna desarrollada por Oxford junto a AstraZeneca, se enfría, de momento, el triunfalismo gubernamental de quienes ya habían reservado decenas de millones de dosis de un producto que no existía. Es sólo una de las más de cien que se estudian en todo el mundo.

Lejos de felicitarnos por las medidas de seguridad que rodean al proceso, que permiten desechar aquellas pruebas que podrían generar efectos adversos al paciente, y que garantiza que si un fabricante fracasa otros puedan seguir adelante, parece que esperábamos el más mínimo fallo para disfrutar de un episodio más del nuevo formato de telerrealidad que tan entretenidos nos tiene.

A falta de Gran Hermano, por aquí subsistimos ajenos a las minucias de la evidencia científica, y nos hemos lanzado a gozar con la mediática y vivida lucha de farmacéuticas y gobiernos, que se nos sirve convenientemente en bandeja: Unos sufren porque se aleja la solución al aburrido encierro, otros critican el cruel enriquecimiento a costa de la enfermedad, y hay quien celebra el fallo como la personificación de la derrota de tantos ilusos que esperaban el maná.

Así somos. El Colegio Cardenalicio se reúne en cónclave para elegir a un nuevo obispo de Roma, papa y Jefe de Estado del Vaticano, y ya nos sabemos al dedillo el rollo de las fumatas, lo del camarlengo y la procedencia de todos esos señores con maxifalda. Hasta la palabra papable y todo lo terminado en "-able" se convierten en tendencia.

Para qué hablar del niño Gabriel, de Diana Quer, o cualquier suceso que nos evoque a la España más negra, repugnante y viscosa. Esa que solo parece satisfecha cuando visualiza el cadáver de Blanca Fernández Ochoa, tras días de ponzoña televisada y posteada. Nosotros no debatimos, anhelamos agarrar un tema, despedazarlo, convertirlo en casquería fina y sazonarlo con un extra de morbo a través de las redes sociales, con el anonimato como escudo.

A la vez, como es costumbre en esta tierra, nos peleamos a dentellada limpia entre nosotros. Los partidarios de la vacunación masiva colisionan con los detractores, de la misma manera que lo siguen haciendo los que abogan por la mascarilla frente a sus acérrimos enemigos, y ni te cuento los negacionistas frente a los partidarios de un cierre de fronteras.

Incrustado en nuestro ADN está el batallar hasta demostrar que el rival se equivoca y reírnos de cómo malvive engañado por un poder en la sombra. Una vez en el suelo, ya noqueado, pisoteamos bien la cabeza del oponente para que quede claro quién ha ganado la contienda.

De aquí a pocos meses habrá varias vacunas compitiendo en el mercado, qué duda cabe, pero en esta carrera más política que científica ya se nos ha aclarado que el COVID_19 vino para quedarse, y que no será hasta 2022 en que las vacunas estén disponibles masivamente.

Hasta entonces, nos cuesta enfocarnos en lo único que verdaderamente podemos hacer como sociedad: Seguir cuatro simples reglas que nos han enseñado para convivir con el coronavirus sin mandar un poco más a la mierda la economía, los servicios esenciales y hasta la salud de nuestros seres queridos. Eso también lo queremos debatir, desafiar y, obvio, incumplir.

Contra semejante ignorancia sí que no hay vacuna.


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