Revista Opinión

Lo que nos estamos perdiendo

Publicado el 07 octubre 2016 por Polikracia @polikracia

Más de trescientos días sin Gobierno. Este hecho bien podía formar parte de la lista de ‘fatalidades nacionales’ a la que hacía referencia Enrique Gil-Calvo hace unos días en El País. Esa lista que, como bien dice el autor, parece condenar a España al desastre, a la frustración y al destino trágico. No tenemos solución. Sólo queda resignarnos. El siglo XIX fue el punto de partida: inestabilidad constitucional, golpes de Estado, el atraso en la modernización, el caciquismo de la Restauración y la pérdida colonial de 1898.

Lejos de este relato, el sociólogo y profesor español sí que apunta a dos excepciones que podrían explicar por qué no tenemos Gobierno . La primera es la cuestión territorial de los partidos. La puesta en marcha del Estado de las autonomías ha descentralizado las decisiones de las organizaciones. La segunda es ‘’el tabú anticoalición’’. España nunca ha tenido un gobierno en coalición a nivel estatal (sí en distintos ayuntamientos y comunidades autónomas). El 20-D, que reestructuró el sistema de partidos, pretendía dejar en el baúl de los recuerdos la dinámica bipartidista: España abrazaba el multipartidismo. El Parlamento se consolidaría como actor fundamental de las decisiones políticas, frente a la evidente debilidad del Gobierno, sea del color que fuere. Todo ‘’muy europeo’’, como sostiene José Ignacio Torreblanca.

Las causas del bloqueo institucional del país ya están definidas. Ahora falta ver las consecuencias. ¿Qué nos estamos perdiendo?

El bipartidismo que nos ha caracterizado tenía un incentivo perverso. Como la competición electoral se fraguaba entre dos oponentes, las campañas electorales tenían una doble combinación: por un lado los partidos buscaban afianzar su electorado tradicional y por otro, explotaban la situación de desgaste del rival. Un claro ejemplo son las elecciones de 2011, que dan la mayoría absoluta a Rajoy. Con un PSOE en ruinas tras los recortes decretados en mayo de 2010 y con una tasa de paro que superaba el 20%, los conservadores veían la oportunidad: arriesgar poco, retocar a la baja algún impuesto para tener contentos a los suyos y esperar a que no hubiera ningún despiste comprometedor.

Ahora, la oferta política ha cambiado. Bajo el eje nueva-vieja política (¿en qué ha quedado este eje?), Ciudadanos y Podemos han obligado al PP y PSOE a posicionarse en temas como la regeneración democrática e institucional o la lucha contra el paro. Mientras Ciudadanos proponía la supresión de las Diputaciones provinciales, el PP consideraba a éstas instituciones centrales para el desarrollo de la autonomía local. Mientras Podemos apostaba por la expansión del gasto público (24000 millones anuales a lo largo de la legislatura), el PSOE (aún partidario de incrementar el papel del Estado) adoptaba una posición más moderada en este sentido. El debate de políticas públicas estaba en el centro de la campaña del 20-D.

Es de esta manera, y no de otra, lo que permite el progreso de las naciones. Es imprescindible habilitar políticamente al adversario y otorgarle legitimidad. Tenemos que recuperar el diálogo en las democracias contemporáneas, y más en un escenario tan fragmentado como el actual. Sólo a través de la confrontación de programas basados en cálculos, costes y beneficios, podemos asegurar el bienestar de los ciudadanos y ciudadanas, que es el fin último de la política.

El fallido pacto de gobierno entre el PSOE y Ciudadanos nos llevó a unas segundas elecciones. Y el sentido de la campaña electoral viró por completo. El eje que definía la competición ya no era la dicotomía vieja-nueva política. Los partidos se esforzaban por atribuir la responsabilidad de la repetición electoral. En el nuevo contexto, la discusión de políticas quedó en un segundo plano, abriendo paso a un vocabulario más táctico/estratégico que técnico.

El discurso del PP explotaba lo que en la literatura politológica se conoce como voto estratégico. ‘’Veis, votar a Ciudadanos es inútil porque nos conduce al bloqueo’’ (recordatorio: Rajoy se negó a iniciar una ronda de consultas con el resto de partidos y luego a un gobierno PSOE-C´s), argumentaron desde Génova. Las filas de Unidos Podemos avivaron los días previos al 26-J con el famoso sorpasso al PSOE, palabra de origen italiana que describe el ‘casi adelantamiento’ del Partido Comunista Italiano a la Democracia Cristiana a finales de los setenta. Ciudadanos añadió más pesadez a la campaña, enfrascándose en posibles vetos en el proceso de formación del nuevo Gobierno.

Corremos el serio riesgo de no aprovechar las ventajas del multipartidismo (Parlamentos fuertes, gobiernos controlados, más transparencia). Porque no nos equivoquemos. Al igual que el bipartidismo no era eterno, tampoco lo es la existencia de cuatro partidos. La oferta en la representación política puede sufrir muchos cambios. Incluso el volver a la casilla de punto de partida es una opción. Con la estrategia de polarización, el PP puede anular a Ciudadanos (la historia nos enseña que en contextos altamente polarizados el liberalismo se desempeña peor) mejorando los resultados de junio. La descomposición del PSOE abre las puertas al sorpasso de Podemos. ¿Un nuevo bipartidismo? Quién sabe. En un escenario de incertidumbre como el español, la certeza absoluta se diluye. Pero como el bloqueo persista, la confrontación sumirá a España en el estancamiento. Democracia ‘low cost’, pudiendo ser ‘high cost’


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