Revista Educación

Los animales que nunca tocaré (by Eva sin más)

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Los animales que nunca tocaré (by Eva sin más)

Que Eva Castillo, artista también conocida como evasinmás es algo más que una amiga para mí es algo tan conocido que casi aburre. Nos une el amor por tantas cosas... Los burros por ejemplo. Hoy es uno de esos días en los que casi no te dejan tiempo ni para rascarte, así que aprovecho para homenajear/plagiar a mi querida Eva, modelo de vida y maestra en el arte de escribir, que tal día como hoy escribió estás letrillas en Diario de Avisos.

No me digan que no es una maestra...

Los animales que nunca tocaré

Hasta ahora he disfrutado del roce de una boa, una yegua, un loro, una gallina, moscas, hormigas, mosquitos, alguna araña, cabras y varias decenas de perros y gatos. Y creo que, con toda probabilidad, puede que esté haciendo la lista definitiva de los animales que tocaré en esta vida. Hubo un tiempo en que la inconsciencia hizo que adorara acudir a zoológicos, hasta que empecé a pensar en las condiciones de vida de estos animales y el concepto libertad entró en mi cerebro aún por hervir. Un día vi un gallinero de esos en los que los pobres animalitos conviven apretujados y a oscuras durante mucho tiempo y se me encogió el estómago. Luego, con la madurez, llegaron las lecturas del escritor y zoólogo Gerald Durrell y ya las nubes despejaron el cielo por completo. Darme cuenta que tenemos a animales encerrados en jaulas (aunque parezcan cómodas, grandes y llenas de comida y agua) para nuestro disfrute, para poder verlos, disfrutar de su belleza o poder tocarlos, supuso un pequeño gran trauma.

Claro que me gustaría ver un elefante y una jirafa, abrazar a un chimpancé o nadar rodeada de delfines, pero no a costa de su libertad. Sí, me dirán, bueno, en su hábitat tienen que luchar por la supervivencia y en la jaula no. Ya, pero, por la misma regla de tres, podríamos todos vivir en las cárceles, con tres comidas y un techo, y no veo que haya colas para conseguir una celda. Durrell, que vivió aún una época más permisiva con la caza de animales, en la primera mitad del siglo XX, realizó expediciones para conseguir especímenes para zoológicos europeos, aunque sus problemas tuvo por querer llevarlos en condiciones y que en el viaje murieran los menos posibles, hasta el punto de terminar arruinado por los gastos que suponía tratar a los "bichos" con compasión. Luego, el autor de la trilogía de Corfú (y del último libro que me he leído de él, Tres billetes hacia la aventura y que ha propiciado este reventón) abogó por mantener en instalaciones sólo a aquellos animales que no pudieran sobrevivir en la naturaleza o aquellos en claro peligro de extinción y, en el primer caso, nunca contribuir a la cría de nuevos ejemplares, que nacerían condenados a la cautividad. Así debería ser ya en el siglo XXI, pero muy pocos establecimientos de este tipo siguen estas normas, aunque se les llene la boca con fundaciones y rescate de animales. En realidad, siguen comprando ejemplares en cautividad y fomentando la cría. ¿Por qué? Porque da dinero y es mucho más caro rescatar un animal de un circo y gastarse las perras en intentar reincorporarlo a su hábitat natural o, al menos, al que más se le parezca. Porque seguimos queriendo tocar a animales exóticos, tirarles un plátano y disfrutar de su belleza, seguros, al otro lado de la reja. El otro día vi una foto en las redes sociales de una visita a animales salvajes en África, que me pareció la solución ideal para quienes deseen ver de cerca a estas criaturas. En la trasera de un camión, una enorme jaula portaba a los humanos que, entre las rejas, veían a los animales en libertad. Esa sí es una buena perspectiva.


Volver a la Portada de Logo Paperblog