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Los caballos de Dios: ontogenia y yihad

Publicado el 28 marzo 2016 por La Cara De Milos La Cara De Milos @LacaradeMilos
Los caballos de Dios: ontogenia y yihad

Los atentados yihadistas de esta semana pasada (Bélgica, Irak y, ayer mismo, Pakistán) brindaban una trágica excusa para ver Los caballos de Dios, película marroquí de 2012 dirigida por Nabil Ayouch. Se requieren muchas dosis reflexivas y muchos ensayos de distintas materias del saber para siquiera atisbar que lleva a una persona a inmolarse en nombre de una religión y provocar una masacre, pero el cine, como en tantas ocasiones, posee herramientas que facilitan la comprensión de un particular. Caso de Los caballos de Dios, que, sin en absoluto sentar cátedra, se convierte en una ventana por la que asomarse tímidamente a esa comprensión.

Los caballos de Dios: ontogenia y yihad

Los caballos de Dios se diferencia en extremo de otras películas que toman el tema yihadista y del terrorismo como razón de ser de su existencia cinematográfica. Destila compromiso ante la barbarie, pero sobre todo cierto tono benefactor y compasivo no tanto con los terroristas sino con los motivos sociales (que siempre son políticos) que los transforman, que les provocan una metamorfosis desde una niñez inocente (y en muchos casos cruda) hasta una madurez satánica, que merece el mayor de los repudios. Obvio: Los caballos de Dios no es Red de mentiras o La sombra del reino, películas muy llamativas y esclarecedoras en ciertos detalles de inteligencia o geoestratégicos, pero que adoptan una perspectiva enteramente occidental y bélica. La naturaleza de Los caballos de Dios, así, la presenta como una perspectiva innovadora.

Los caballos de Dios: ontogenia y yihad

Innovadora porque desde el principio se huele otro discurso. Los caballos de Dios comienza como una versión magrebí de Ciudad de Dios. Los niños que crecen en Sidi Moumen, un poblado de chabolas de Casablanca, en un ambiente olvidado por Allah, Jehová, Dios y Buda; entre aventuras violentas, pobreza, marginación y drogas. Y los niños crecen, y se convierten en adolescentes casi adultos jóvenes, y beben alcohol, y consumen drogas, y se siguen metiendo en problemas en la sucia prisión social en la que la historia les ha llevado a vivir. Y llega la cárcel, y el contacto con un islam que hasta entonces se les revelaba como una entelequia a la que acuden los viejos y sus padres. No os chafo Los caballos de Dios, esto lo podéis leer en cualquiera de las sinopsis...

Los caballos de Dios: ontogenia y yihad
Los caballos de Dios: ontogenia y yihad

Porque Los caballos de Dios es un retrato de la ontogenia, del desarrollo, de la mentalidad yihadista. En concreto de la que llevó a un buen número de personas a perpetrar los atentados de Casablanca de 2003, en los que murieron 45 personas. Uno de ellos tuvo como objetivo la Casa de España de la ciudad. Los caballos de Dios comienza como un retrato de una situación social y termina por convertirse en un ensayo audiovisual sobre las más oscuras motivaciones, sobre el Estado y la civilización fallidas y sobre la perplejidad casi mágica que provoca una transformación tan aparentemente imposible.

Nabil Ayouch huye del estilo -casi podríamos decir que lo repudia- a la hora de contarnos la historia de Los caballos de Dios. Ninguna virguería técnica, salvo la espectacular fotografía cenital y panorámica de los poblados de chabolas, y mucho realismo: toneladas y toneladas de realismo. Eso y la transposición de imágenes y palabras, que parecen solaparse en un interminable círculo vicioso.

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