Los padres de Andrea, una niña gallega de 12 años que sufre una enfermedad neurodegenerativa irreversible desde muy pequeña y que en los últimos meses la ha llevado a una situación de sufrimiento y degradación casi extrema, los padres, repito, piden al equipo médico del hospital en el que se encuentra ingresada una muerte digna para su hija.
Los padres de Andrea actúan, en los últimos momentos de su hija, como todo padre debiera: velando por los intereses y el bienestar de la menor y exigiendo que el Hospital Clínico de Santiago de Compostela (CHUS) retire las máquinas que dan vida a la niña, a lo que el equipo que la trata se niega.
Los padres de Andrea no quieren la eutanasia para su hija (aunque como padres amorosos y responsables también harían lo correcto para que la pequeña no sufriera innecesariamente pidiéndola) sino que se cumpla una ley que existe en Galicia refrendada por el Comité de Ética Asistencial hace ya más de dos semanas para que la niña pueda morir dignamente.
Los padres de Andrea, en un acto supremo de amor, prefieren que su hija deje de sufrir antes de mantenerla a su lado y por eso no entienden que desde el CHUS se pida una orden judicial y, mientras, el sufrimiento de la niña continúe.
Los padres de Andrea han topado con personas que anteponen no sé qué supuestos valores éticos al sufrimiento y la agonía de su hija y no lo entienden. Y yo tampoco.
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