Revista Educación

Malabares

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Malabares

Sin entender mucho de malabares, sin tener conocimiento de tan arcana disciplina, sin tener capacidad para sostener en el aire otra cosa que no sea, por ejemplo, una duda, por lo que dura un instante.

Sin saber malabarismo, entonces, decía, me ha tocado volver a ver una disciplina circense que yo creía olvidada, por obsoleta, tal vez, o poco entretenida.

La disciplina consiste en un señor, en adelante el malabarista, que cuenta con una especie de mesa larga y delgada. El malabarista tiene platitos, muchos platitos, simpáticos platitos parecidos a los platitos que van debajo de las tazas donde se sirve café con leche. El malabarista también tiene varillas, unos palos, de madera, creo, delgados y algo flexibles, de entre un metro y medio y dos metros de longitud, no podría definirlo.

El malabarista, mediante un tan simpático como prodigioso movimiento circular, pone en, valga la redundancia, movimiento, un platito en una punta del palo. Girando luego el palo, haciendo un movimiento corto y sostenido sobre el extremo inferior del palo, consigue que el platito colocado en el extremo superior del palo gire, de vueltas y vueltas y no se caiga.

Aquí es donde empiezan las complicaciones.

El malabarista va colocando más y más platitos sobre los extremos superiores de más y más palos. Y va dejando los palos enganchados por el extremo inferior en alguna muesca o base existente sobre la mesa.

La capacidad del platito de mantenerse en el aire, sin caerse, sin estrellarse contra el piso, depende del curioso y enigmático movimiento circular que se aplique sobre el palo, una vez que ya el platito ha sido puesto a girar.

El movimiento, y esto agrega la dificultad, se agota en el tiempo, tiene una duración limitada. Por lo que el malabarista debe comenzar a correr de aquí para allá, de un lado a otro, imprimiendo el citado movimiento al palo sobre el cual el platito empieza a girar más y más lento, empieza a ondular en el aire y se prepara para caer sin remedio, porque se ha quedado sin fuerza, sin vida, hasta que la mano salvadora del malabarista llega justo a tiempo a transmitir energía, fuerza, alma, y el platito vuelve a girar, a vivir en el aire, mientras el malabarista emprende su alocada carrera, corre y corre para salvar a otro platito a punto de caer.

Mientras esto sucede, mientras cada platito a punto de caer es rescatado por la mano experta del malabarista sobre el palito, mientras, milagrosamente, diez o doce o quince platitos permanecen en el aire, girando y girando y girando y girando, mientras el malabarista se acerca más y más a un punto donde parece que no podrá sostener los platitos en el aire, que no conseguirá seguir haciéndolo porque sencillamente está más allá de sus capacidades, mientras esta situación de extrema tensión continúa, los niños lanzan gritos de admiración. Los niños sentados en las gradas chillan de alegría. Los chicos ríen.

Sin saber que están presenciando, ni más, ni menos, lo que tendrán que hacer, día tras día, a lo largo de su vida adulta.

Hasta que, uno por uno, los platitos empiecen a caer.


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