Revista Arte

Manadas

Por Deperez5

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Aunque un relativista podría objetar que todos somos a ratos tanto solitarios como gregarios, me parece que una de las polarizaciones humanas más evidentes, entre las infinitas posibles, es la que separa a los amantes de la muchedumbre de los aficionados a la soledad. Mientras unos buscan despersonalizarse y huyen de sí mismos para entregarse al amparo y la seguridad de la tribu, los otros ignoran los rituales primitivos de las manadas que se balancean en los conciertos de rock, corean rimas elementales en los estadios futboleros o elevan los traseros al cielo para someterse a la voluntad de un dios improbable y despótico. Los solitarios están convencidos de que en ese impulso de congregación late el retorno al pasado remoto de la especie, cuando los mamíferos humanos se agrupaban en masas compactas bajo la autoridad del macho alfa, más tarde investido, en nombre de los elevados principios racionales que reclama nuestra civilización, con el cargo de jefe, monarca, presidente, dictador, generalísimo, conductor, director o cualquier otra de las innumerables posiciones de poder que crea la siempre jerárquica y siempre desigual sociedad humana, concediendo sólo a unos pocos líderes el goce de la libertad sin trabas y de la facultad de ejercer un narcisismo ilimitado, mientras el resto de los acosados mortales procuramos eludir sus imposiciones y caprichos. Los tribales, por su parte, enemigos irreconciliables de la heterodoxia, la disidencia y la herejía, ven al solitario como un factor erosivo de la estructura de dominación y sumisión que rige las relaciones de la tribu, lo declaran su enemigo y procuran su exterminio simbólico o real. Puesto a simplificar y extremar la explicación de las incorregibles dicotomías que polarizan la Historia, me atrevería a afirmar que en la pugna entre solitarios y gregarios se conjuga la fuerza motriz de la civilización. Y si un tribunal me reclamara las pruebas del caso, tardaría menos de un minuto en armar mi defensa: la carrera de la civilización, señores del jurado, es una marcha que partió desde la manada para dirigirse hacia la suma de individualidades: ¿acaso alguien podría imaginar a los grandes solitarios, Galileo, Van Gogh, Gauguin, Cezánne, Beethoven, Nietzsche, Solienitzyn, Koestler, Orwell, Melville, Salinger, Borges, Sigmund Freud o Vargas Llosa, entremezclados con la multitud frenética y unánime que se balancea y se desgañita junto a la multitud en las canchas de fútbol, los conciertos de rock, los seguidores del caudillo todopoderoso y carismático o los fieles que ofrecen sus traseros a dios? ¿O los concibe sumados a los glamorosos “éxitos de público” que llenan las ferias y museos del banalizado arte contemporáneo, donde se aplauden las mercaderías del supermercado elevadas a la categoría de obras de arte? Para quien quiera asomarse a la naturaleza y la nobleza del solitario, aquí va el consejo que Steve Jobs, el genial creador de los Mac y de Pixar, les dio a los estudiantes de Stanford recién licenciados: "No se dejen atrapar por los dogmas, que es vivir con el resultado del razonamiento de otros. No dejen que el ruido de las opiniones ajenas ahoguen su voz interior; y lo más importante, tengan el coraje de seguir sus impulsos y su intuición. Porque de alguna manera sólo ustedes saben lo que quieren ser. Lo demás es secundario". El mensaje es claro: para realizar nuestro potencial y vivir en armonía con nuestro yo tenemos que animarnos a buscar el propio camino, seguir los propios criterios y vivir de acuerdo con lo que realmente pensamos… En otras palabras, debemos aceptarnos como seres solitarios.


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