Revista Educación

Mar imposible (cuento corto de verano)

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Mar imposible (cuento corto de verano)

No sé si es que por el confinamiento la naturaleza se ha rebelado o que el sol se está reivindicando con una huelga a la japonesa, pero el caso es que este mes de julio está siendo salvaje.

Mis carnes fofas y sudorosas no pueden soportar más las altas temperaturas y entro en estado de ebullición por un calor que no hace tanto echaba de menos hasta que mi ser, completamente licuado y burbujeante, se derrama por las esquinas refundando todo lo que fui en un mar imposible de verano.

De repente, surcan en kajak por mi recién inaugurada superficie cristalina un grupo de alborotados turistas mientras en mi orilla chapotean hordas de infantes con manguitos y juego a anegar el surco de la huella que dejan los bañistas que pasean por la playa con mascarillas ffp2 con motivos marineros diseñadas por Gaultier.

Se descuelgan a plomo los anzuelos del recuerdo en busca de un monstruo abisal que pueda optar al premio de la pieza más hermosa de la recién inaugurada temporada de pesca de Connecticut.

Mar imposible (cuento corto de verano)

Nadan a crol siguiendo el curso de mi corriente estilosos deportistas provistos de los preceptivos gorros speedo y los modernos hacen inmersión en apnea en mis frías aguas en busca del récord Guinness o aprovechan la fuerza del alisio para practicar kitesurf con bañadores y equipamiento de colores flúor.

Yo, que tantas veces desafié al corte de digestión, me descubro ahora afanado en fabricar la marejada. Siento como las cosquillas de una hilera de hormigas el azote de la brisa por mis olas nerviosas de la media tarde y me crezco cuando rebaso el perfil que dibuja el límite de la zona húmeda del dique de contención del muelle.

Me dejo arrastrar por la euforia y pienso, por un instante, en el extremo del tsunami, pero desisto y, como acto reflejo, me vuelvo un mar de tisana y en el ocaso acojo fiestas chill out a bordo de catamaranes adornados con motivos orientales para rendir culto a la luna llena.

En la resaca del amanecer me asalta la duda y me imagino como un gigantesco contenedor antiséptico donde se regeneran a diario los cuerpos de los abuelitos de Cocoon y, al poco, reculo y me veo como toneladas de agua turbia invadido por la escorrentía.

Me inquieta la marea negra. Temo la llegada de la campaña del atún rojo y que los barcos japoneses esquilmen mi incipiente ecosistema marino. Me aterran los arpones y el surco de sangre que dejan los balleneros a su paso.

Me saca de mis cavilaciones una botella de cristal que arranco de mi lomo. La abro y encuentro un papel amarillento con letra imprecisa pero con un mensaje certero que dice que es absolutamente mentira que el tiempo todo lo cura.


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