Revista Opinión

Marta, feminismo, una rueda desinflada y ser consecuentes.

Publicado el 29 abril 2015 por Kuri Lonko @kurilonko

Por: Kurilonko

En algún momento, uno puede ser prisionero de sus palabras...o de sus actos. Así es. Así ha sido en el caso de Carlos, -un amigo desde siempre-, quien, vaya uno a saber por qué, tuvo un destello de inspiración que le llevó a decir, en la primera visita a casa de sus futuros suegros, que tomaba el café sin azúcar. Por lo que he visto, ya es un bebedor de café sin azúcar asumido: cortó el árbol e hizo los maderos de esa cruz que se echó al hombro con casual desinterés hace varias décadas e imagino no tiene dramas porque dejó de cuestionar el maldito momento en que dijo lo que dijo. Así es la vida, Bartolo.

Y claro, a grandes rasgos, uno es lo que es y eso tiene algo como de inevitable. Así las cosas, y para comenzar a perfilar el fondo del asunto, a lo anterior hay que agregar como aderezo, el hecho de que la mujer, aunque ha ganado un escaño en el parlamento, lo ha perdido en el metro y eso, creo, es definitivo e inapelable. Y sí tiene que ver con lo que viene más adelante independientemente de las vueltas y recontravueltas que me haga dar Red Dwaf, mi invitada a escribir en esta tarde.

En otro orden de cosas, aunque siguiendo la ilación que aún no se percibe, debo aclarar que siempre he sido ( o con más propiedad,¿ debiera decir "fuí" o "era"?) un tipo al que por cuestiones de formación, cree que la cortesía en el trato hacia las mujeres no implica un dejo de supremacía machista: abrirles la puerta y que pasen; tenderles la mano al salir del coche; ponerse de pié cuando llegan o salen de la habitación o la mesa en que estamos, son asuntos que me fueron inculcados, están en mi disco duro; caminar teniendo a la dama alejada del borde de la vereda, sujetarles y ayudares con la silla al sentarse no significa que sean unas inútiles de mierda y nosotros la fortaleza y razón. Es simple y cotidiana cortesía, delicadeza en el trato. Ciertamente estos detalles son un anacronismo galopante, pero qué se le vá a hacer como decía más arriba: uno es como es; lo que no significa que ande por este ancho mundo haciendo reverencias versallescas a diestra y siniestra, levantado el mentón, empalagado en modales rococó.

Ahora, déjenme contarles sobre una conocida.

Marta es cuarentona, soltera, sin hijos, de buen ver aunque no llamativa. Es interesante. Se puede decir exitosa por los logros que ha

alcanzado en la empresa para la cual trabaja: tiene a su cargo alrededor de 150 trabajadores. En términos prosaicos, tiene a alrededor de 150 machos agarrados por el culo o por alguna otra parte pudenda. Y al decir esto último, estoy tratando de fijar un preámbulo de lo que es la parte fuerte en su carácter. Es feminista a ultranza. Para ella, todos lo hombres no somos sino una mezcolanza de testosterona, poco cerebro y personalidad de falócratas irredentos. Unicos causantes de las pocas posibilidades laborales, las desigualdades en cuanto a ingresos y el tenerlas recluídas en casa, preñadas, paridas y/o amamantando. Para ser franco, el panorama delineado por Marta no puede ser más desalentador; lo terrible es que algo, algo, de realidad hay en sus elucubraciones. En fin... su vertiente de ortodoxia feminista la vislumbré en cierta reunión en la que nos encontramos. Era una mesa de trabajo para implementar las acciones tendientes a erradicar del lugar un criadero de cerdos que nos tenía crispados a más no poder con sus emanaciones malolientes. En eso estábamos cuando llega. Nada más acercarse a la mesa, me paro solícito y sujeto la silla para que se acomode. Me mira como si le hubiese tirado un agarrón al trasero y espeta con glacial acento: "Gracias, yo puedo sola" Quedé perplejo, realmente no me lo esperaba y debo haber puesto una cara de idiota que hizo caer un silencio incómodo entre quienes nos encontrábamos allí. Pasó, simplemente. No soy un humano especialmente rencoroso y aunque el incidente me supo desagradable, no impidió que esa noche durmiera a pierna suelta. Lo olvidé. Punto.

Y aquí es donde comienza a confluir todo. Las piezas de este Lego comienzan a encajar.

Vivo en una comunidad rural que se asienta al borde de la carretera y se extiende a uno de sus costados en una extensión de varios kilómetros. Tenemos espacio. De ella se desprenden varios caminos de menor importancia, pavimentados en la actualidad y uno de ellos específicamente, situado a unos cinco kilómetros desde mi casa, es donde transcurre la acción cuyos prolegómenos he esbozado. Este camino que tiene alrededor de doce kilómetros desde su arranque con la carretera, es donde acostumbramos ir con mi mujer y mi hijo a andar en bici, llevando a Balto, nuestro perro, a patas. Y es un buen lugar porque es muy poco transitado: tarde mal y nunca pasa algún vehículo; generalmente maquinaria agrícola. Se puede pedalear tranquilos, el perro correteando a piaccere con muy poco riesgo de acabar siendo una mancha de huesos y menudencias en el pavimento.

En eso íbamos, pedaleando esa calurosa tarde de sábado en dirección a los cerros donde acaba el camino, cuando detrás de nosotros en su Dodge Ram 3.5, aparece Marta. Nos semisaluda al pasar disminuyendo la velocidad y sigue en la misma dirección que llevábamos. "Sus papás viven un poco más adentro", dice mi mujer. Y claro, unos veinte minutos después, vimos su camioneta, acezando, bajo unos árboles en el patio de una casa.

Seguimos y llegamos donde acaba el camino. Termina sin aspavientos. Nos pusimos un rato a la sombra y una vez que creímos estar descansados, montamos nuevamente y emprendemos el regreso. La camioneta ya no estaba en el patio de la casa. Estaba más adelante, al borde del camino, con la rueda trasera izquierda desinflada y su conductora con cara de contrariedad, sentada en la parte trasera mirando en lontanaza, teléfono móvil en mano.

Al irnos acercando puedo ver por las marcas en el pavimento, que el neumático había reventado unos doscientos metros más atrás y que Marta tal vez creyó que podía seguir así y llegar donde pudieran reparar la rueda. No había sido así, empero. El neumático había terminado por morirse completamente y era un amasijo de caucho y tejido metálico. La única solución era cambiarlo por la refacción.

Mientras nos acercábamos puedo percibir una como sonrisa en la cara de Marta. ¡ La caballería había llegado! Lo malo para sus aspiraciones era que en algún lúgubre sótano de mi mente ya había sido diseñado un curso de acción, aunque el yo sonriente que miraba con condescendencia a la desgraciada princesa no estuviera al tanto, aún.

Deberías mover la camioneta hacia allá que es más ancha la berma: así no corres el riesgo de que algún vehículo te pase por encima de las piernas cuando te metas debajo,- le digo en tono naturalmente fraternal. Ella dió un respingo por las amenazantes implicancias que se desprendían de mi exortación, aún así, hizo lo que le indiqué y se queda en la cabina, expectante. ¿ Me vas a ayudar?- pregunta. Por supuesto que si,-contesto, asumiendo el papel que mi lado oscuro había desenrrollado desde los oscuros meandros de la oscuridad, de los sótanos que hablé más arriba. Yo te diré cómo se hace- remacho con una impecable verónica. Me dá una mirada cargada de indefinibles tintes. Ha comprendido de qué vá el asunto.

Le costó entender que las tuercas se aflojan en sentido contrario al del reloj pero lo hizo. Y así, a tirones, maldiciendo a ratos,maldiciéndome secretamente supongo, completó la faena casi cuando el sol se ocultaba.

Cuando nos alejábamos con mi prole y el perro, Ybag, mi mujer, me dice con una sonrisa gigantesca en los ojos: "eres un canalla" . No, no lo soy,-contesto buscando una manera irónicamente elegante de desenvainar el sarcasmo que se me subía por los poros-, soy sólo un buen samaritano que quiso darle la oportunidad de ser consecuente.

© La Consulta de Kurilonko 2015.-


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