Revista Libros
Cuando era niño lo único que deseaba con todas mis fuerzas era crecer. Por eso un buen día apuñalé por la espalda a mi amigo imaginario. Ahora, ya adulto, cuando tengo uno de esos días horribles en el trabajo, subo al desván en el que guardo su cadáver todavía incorrupto y una caja con todos los juguetes y muñecos de la infancia quemados. En sus ojos muertos parece haber quedado una pregunta eterna, una duda congelada. Comprendo que a mucha gente pueda parecerle cruel pero sé que lo cruel hubiera sido dejarlo crecer haciéndose cada vez más invisible, más ajeno, observando como un fantasma estúpido y acusador la clase de persona en la que me he convertido.