Magazine

Miedo interno.

Publicado el 20 marzo 2010 por Anveger

A veces siento un miedo profundo, tener un accidente que afecte tanto a mi cerebro que haga olvidar toda una vida. Recuerdos, sueños, ilusiones, desengaños, cultura… toda una vida elaborada día a día; evaporada en un instante. Este hecho no es muy probable debido a mi juventud actual, pero el paso de los años incrementará la posibilidad de olvidar toda una vida.

Es evidente que en el mudo existen personas con capacidades extraordinarias, hace poco leí que una mujer californiana de 44 años de edad recordaba todos los días de su vida desde los 11 años. ¿Verdad o mentira? Sinceramente no lo sé porque puede ser que nos engañe no hay nadie para desmentirlo, pero también pudiera ser verdad. Pero en contraposición de eso existen personas que al llegar a una determinada edad sólo recuerdan los últimos 10 minutos de su existencia.

Pero concretamente me quiero centrar en un estudio realizado a un anciano, ya fallecido, que respondía a las iniciales de EP. Aparentemente era un hombre normal, a simple vista el típico abuelo buenachón que siempre tiene un sabio consejo. 15 años antes de morir a EP contrajo el virus denominado Herpes simplex y terminó con gran parte de su cerebro. Tras los daños sufridos por el virus, dos trozos de masa cerebral del tamaño de una nuez habían desaparecido  de los lóbulos temporales medios y con ellos, toda su vida.

El virus atacó de veloz y de forma eficaz. Los lóbulos temporales medios incluyen una estructura curva llamada hipocampo y varias regiones adyacdentes, que en su conjunto cumplen con la tarea de convertir nuestras percepciones en memoria a largo plazo. Los recuerdos no se almacenan en el hipocampo pero ésa es la parte del cerebro que los consolida. El hipocampo de EP quedó destruido, y sin él EP quedó sin registro ninguno en su memoria vivía solamente, pero no recordaba.

EP registraba dos tipos de amnesia: anterógrada, es decir, no podía formar recuerdos nuevos y retrógrada, que tampoco podía evocar recuerdos del pasado, al menos posteriores a 1960. Su infancia, su paso por la marina mercante y la segunda guerra mundial permanecieron perfectamente vividos en su memoria. Pero para él, hasta el último instante de su existencia, el litro de gasolina siguió constando 25 centavos de dólar y el hombre nunca había pisado la Luna.

La clave de todo el recuerdo, está en los 1,3 kilos de materia replegada situados en lo alto de nuestra columna vertebral pueden retener durante toda la vida los detalles más triviales de nuestras experiencias, pero con frecuencia son incapaces de retener durante dos minutos un número de teléfono importante. Así de compleja es nuestra memoria.

¿Qué es un recuerdo? De momento, la mejor definición que pueden aportar los neurocientíficos es: un patrón de conexiones entre neuronas almacenado en el cerebro.  Hay al rededor de 100.000 millones de neuronas, cada una de las cuales puede establecer quizás entre 5.000 y 10.000 conexiones simpáticas con otras neuronas, lo que hace un total de entre 500 y 1.000 billones de sinapsis en un cerebro adulto medio. En comparación , todos los fondos del Congreso de Washington suman apenas 32 billones de bytes de información. Cada sensación que recordamos, cada idea que concebimos altera las conexiones dentro de esta vasta red. Se fortalecen o debilitan las viejas sinapsis, o se forman nuevas. Nuestra sustancia física cambia. De hecho cambia de forma constante, incluso cuando dormimos.

EP fue sometido a varios tes cognitivos. Él siempre recibía al examinador como si fuese la primera vez. El examinador le hacía siempre unas preguntas para comprobar su inteligencia funcional básica.  Quería comprobar lo que los test de inteligencia de EP ya habían revelado, no era ningún tonto. Respondía con paciencia y corrección todas las preguntas con la misma expresión de desconcierto que tendría yo si llegase un extraño a mi casa y me preguntase a cuantos grados hierve el agua.

El examinador preguntó a EP que llevaba en la muñeca izquierda, y el anciano mirándola de reojo como si nunca la hubiese visto, respondió “pérdida de memoria”. EP ni si quiera recordaba el problema de la memoria; lo descubría cada instante como si fuese la primera vez. Y como olvidaba siempre que siempre lo olvidaba todo, cada idea perdida le parecía un pequeño olvido causal, algo sin importancia como nos parecería a cualquiera de nosotros.

Desde que comenzó su enfermedad, el espacio de EP se limitó al de su campo visual. Su universo social abarcaba solamente a las personas que abarcaban la habitación donde se encontraba.

En un día normal EP se despertaba desayunaba y se metía en la cama para escuchar la radio. Una vez en la cama, no recordaba si había tomado el desayuno o si acababa de despertarse, de modo que a veces desayunaba de nuevo y volvía a la cama, para escuchar un poco más la radio. Algunas mañanas desayunaba hasta tres veces. Después miraba la televisión, que resultaba ser muy interesante de segundo en segundo, aunque los programas con principio y final podían plantearle algunos problemas. Le gustaba cualquier canal, pero en especial el de historia y los documentales de la Segunda Guerra Mundial. Salía a caminar por el vecindario, a menudo varias veces antes del almuerzo, en paseos de hasta tres cuartos de hora. Se sentaba en el jardín. Leía el periódico, que para él debía ser como salir de una máquina del tiempo.

Sin memoria EP se había salido por completo del tiempo. Del río de la conciencia sólo le quedaban gotas aisladas, que se evaporaban de inmediato. Si alguien le hubiese quitado el reloj de muñeca ( y le hubiese cambiado la hora) estaría totalmente perdido. Atrapado en el limbo de su eterno presente, entre un pasado que no recordaba y un futuro que no podía imaginar, vivía una existencia tranquila, completamente feliz y libre de preocupaciones.

Una vez le preguntaron sobre su edad y el respondió ” No sé sobre 59 ó 60. Hay me ha pillado. Mi memoria no es perfecta. Tampoco es mala, pero a veces me preguntan cosas que no puedo recordad con exactitud. Seguro que a usted también le pasa alguna vez.” EP se había equivocado en su respuesta en más de un cuarto de siglo.

Las metáforas que solemos utilizar para referirnos a la memoria sugieren una presición mecánica, como si la mente contase con algún minucioso mecanismo de transcripción de nuestras experiencias. Durante mucho tiempo estuvo muy extendida la idea de que nuestros cerebros funcionaban como perfectas máquinas grabadoras, de que teníamos toda una vida de recuerdos en algún lugar del cerebro. Se creía que si no podíamos evocar algunos recuerdos no era porque se hubiesen perdido, sino que no podíamos acceder a ellos.

Un neurocirujano canadiense, creyó haber probado esa teoría en los años cuarenta. Pefield utilizaba sondas eléctricas para estimular el cerebro de sus pacientes epilépticos, mientas yacían conscientes en la mesa de operaciones. Su propósito era localizar el origen de su epilepsia, pero descubrió que cuando la sonda tocaba ciertas zonas del lóbulo temporal, los pacientes comenzaban a describir experiencias sumamente vividas. Cuando tocaba el mismo punto otra vez, a menudo inducía las mismas descripciones. Llegó entonces a la conclusión de que el cerebro registra todo aquello a lo que presta cierto grado de atención consciente y que ese registro es permanente.

Hoy, la mayoría de los científicos cree que las extrañas rememoraciones inducidas por Peinfield se acercaban más a las fantasías o alucinaciones que a los recuerdos; sin embargo, la súbita reaparición de episodios del pasado que no recordábamos desde hacía mucho tiempo seguramente es una experiencia familiar para todos. Aun así, como máquina grabadora, el cerebro funciona bastante mal. Las tragedias, humillaciones parecen grabarse con más fuerza que cualquier otra cosa, a menudo con insoportable exactitud, mientras que los recuerdos que realmente creemos necesitar ( por ejemplo donde dejamos las llaves) tienen la costumbre de evaporarse.



También podría interesarte :

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Quizás te interesen los siguientes artículos :