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Morir solo

Por Soniavaliente @soniavaliente_

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Escucha en la radio aterrorizada que un joven diabético ha fallecido en el hospital después de haber pasado 36 horas inconsciente en el suelo de un autobús y nadie, absolutamente nadie, haya reparado en su presencia. No, no ha ocurrido en Senegal. O en el tramo entre vallas de la frontera de Ceuta, que con el lío territorial y las devoluciones de inmigrantes en caliente, igual no le apetecía a nadie reparar especialmente en su presencia incómoda. Pero no.

El chaval ha muerto en Huesca. Era diabético, padeció una crisis de glucemia y se desvaneció allí mismo. Permaneció desatendido ¡36 horas! en el recinto ferial de Sariñena el fin de semana -donde dormía el bus- y ni el conductor ni ningún pasajero echó en falta al chico de 20 años.

Morir solo

Imagen de archivo

Desconoce si el hecho de que fuera marroquí le hizo más invisible que el resto. Porque ya saben que hay personas más invisibles que otras. Con el tiempo ustedes, como ella, habrán aprendido a desarrollar súper poderes de visibilidad intermitente que les permiten poder convivir con sus congéneres menos afortunados. Y, como el manto de la indiferencia sólo les hace invisibles a ratos, nos obligan a desviar la mirada, eludir la moneda y apretar el paso. No sea que nuestras miradas y nuestros mundos colidan.

Pero diatribas aparte, el caso del chaval de Huesca evidencia un terror omnipresente en el imaginario colectivo: morir solos. No importarle a nadie, que nadie nos quiera nadie. Un fantasma recurrente para muchas mujeres que construyen su identidad como parte de algo, de alguien.

Quizá por eso, esta obsesión colectiva por desnudarnos, este Diógenes de amigos virtuales que no sirve más que para demostrarnos a nosotros mismos que no merecemos acabar solos. Aunque a menudo se nos olvide que ser popular en Facebook es  tan útil como ser rico en el Monopoly.

 


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