Revista Sociedad

No me pienso callar

Publicado el 12 diciembre 2011 por Nestortazueco

 

Hay  personas que suelen confundir la crítica con el insulto. Leo en el diccionario que insultar es “ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones” y criticar, “examinar y juzgar con espíritu crítico, censurar, hacer notar”. Tras leer ambas definiciones, he de reconocer que no me queda muy clara la diferencia entre la crítica y el insulto. No es mi intención en este artículo generar una discusión semántica sobre ambos conceptos. En mi anterior artículo ‘La extrema derecha nunca se cansa…”, un lector se ha sentido ofendido por ciertos términos que utilizo. Por ejemplo, cuando critico -o insulto, según este lector- “la España cutre y de la caverna, de sotana y sacristía, de peineta y macho ibérico”, esa “España intolerante y absurda” que  “mueve la cola con rabia y expresa el odio y desprecio que siente por la nueva España democrática, liberal, tolerante y europea”. Bien, pues lamento decir que reitero lo que dije en el citado artículo, aunque estoy dispuesto a admitir que quizá debí moderarme en  las formas, en la utilización de ciertos calificativos. En cualquier caso, mi intención no era molestar a nadie, sino suscitar el debate. Pero, desgraciadamente, hay individuos que se escudan cobardemente tras el anonimato de un teclado de ordenador para lanzar sus dardos envenenados. Odian “los sermones” de este periodista que “sienta cátedra” en sus artículos, según sus propias palabras. Yo siento poco aprecio por aquellos que creen que son graciosos cuando ni siquiera son capaces de reírse de sí mismos y sólo son valientes cuando se ríen de los errores ajenos.

Dicho esto, pienso que no hay dos Españas, sino muchas Españas. Como no hay dos Polonias o dos Francias. Una sociedad es una realidad viva, contradictoria, en perpetuo movimiento; no es una foto fija. En esta vida nada es eterno, excepto Dios para los creyentes. Por eso mismo me sorprende la pereza intelectual de algunos seres humanos que se aferran a dogmas y temen el cambio como el gato teme al agua.  Para estas personas, si se habla de  nación, ésta existe desde el albor de la humanidad y España, seguramente, desde el hombre de Cro-Magnon, o quién sabe si desde la Era Primaria. Si se habla de  familia, o de matrimonio, o de pareja, idem de lo mismo, nada debe ni puede cambiar. Intuyo que lo más adecuado para estas personas es seguir con las mismas ideas fosilizadas que han heredado de sus padres, abuelos y bisabuelos, quizá porque se niegan a aprender otra lengua que no sea la de los periquitos. Les molesta el cambio, no entienden nada de los conflictos que surgen en la sociedad, en todas las sociedades; conflictos que cuando no se pudren  o se convierten en una caricatura de movimiento social, como está ocurriendo en España con los restos del 15-M, pueden generar energías  positivas que a su vez desemboquen en transformaciones económicas, políticas y sociales. Para los partidarios de la foto fija, deberíamos tirar a la basura la historia, la antropología, la sociología y otras ciencias sociales. Mejor seguir como siempre. Todo atado y bien atado. Fernando Savater, en su libro ‘El valor de elegir’, señala que “los seres humanos tenemos en cambio un órgano máximamente desarrollado, el cerebro”. Pues yo me pregunto: ¿Por qué no utilizamos este órgano tan maravilloso para pensar, pura y llanamente para pensar? ¿Por incapacidad? ¿Por miedo al cambio? ¿Por pereza? Dice el pensador catalán Norbert Bilbeny en su libro ‘El idiota moral, la banalidad del mal en el siglo XX’, que “el ejercicio del pensamiento es la percepción de la dualidad en uno mismo”. A juicio del escrito francés Jules Renard, que, como su apellido indica, tenía una  mirada de zorro, “la pereza no es más que el hábito de descansar antes de estar cansado”. La verdad es que ignoro los motivos por los cuales los humanos nos aferramos con tanta facilidad a dogmas petrificados para expresar nuestras ideas e incluso defenderlas con vehemencia: derecha e izquierda; creencia y ateísmo; conservadurismo y progresismo… ¿Por qué nos cuesta tanto esfuerzo aceptar la crítica, o el insulto, según algunos? ¿Nos creemos en posesión de la verdad y de toda la verdad? Insisto: no lo sé, pero me lo pregunto a menudo. Hace unos días, repasando viejos archivos, me encontré con un artículo de la periodista, escritora y ex política catalana Pilar Rahola publicado en el diario El País. El título del artículo es ‘Polonia aún hiela el alma’ y el subtítulo: “¿Con qué cara debatiremos los derechos democráticos con la Turquía islámica, si permitimos vulnerarlos severamente con la Polonia católica?’. Fue publicado el 17 de marzo de 2007. Hace casi cinco años. Eran tiempos aciagos para Polonia. Gobernaban este país como si fuera su finca particular los hermanos gemelos Kaczynski. El difunto Lech Kaczynski era jefe del Estado y Jaroslaw Kaczynski dirigía un gobierno de tres partidos políticos, el suyo, Ley y Justicia (PiS), una formación ultraconservadora; la Liga de las Familias Polacas (LPR) del abogado ultraderechista, antisemita y homófobo Roman Giertych; y Samoobrona, un grupo populista de izquierda liderado por Andrzej Lepper, un personaje que hizo carrera en la etapa comunista y se suicidó el pasado verano. Los hermanos Kaczynski llevaron a su país al borde del abismo político. Dividieron a la sociedad, fomentaron el odio y un clima de suspicacia generalizada al intentar llevar a cabo una caza de brujas en toda regla contra supuestos espías de la etapa comunista a través de la denominada Ley de la  Lustración. El sector más extremista del gobierno de Jaroslaw Kaczynski  alentó el rechazo a los homosexuales y los judíos. Polonia estuvo al  borde del conflicto diplomático con Alemania y algunos políticos de la Unión Europea (UE) plantearon la posibilidad de expulsar a este país de sus filas. Pilar Rahola, que se ha ganado a pulso bastantes enemigos, porque suele cometer el pecado de no tener pelos en la lengua, escribió un artículo de una gran dureza sobre la realidad polaca y cargó las tintas contra el antisemitismo de ayer y de hoy. Decía la periodista catalana: “Las noticias se sobreponen como si fueran una maldición, algún tipo de magia negra que la historia perpetra contra ese viejo país, desde hace décadas. Lo cierto es que Polonia, a pesar de sus muchas grandezas, ha protagonizado algunas de las miserias más terribles de la historia reciente, y ahí están, en el agujero negro del recuerdo, sus campos de exterminio. Es cierto que fueron una responsabilidad alemana, que Polonia fue un país ocupado, y que muchos resistentes polacos lucharon contra los nazis (sin olvidar que los nazis tuvieron más dificultades para destruir la resistencia del gueto de Varsovia que para ocupar Polonia). Pero también lo es que en Polonia se unificaron las dos corrientes de la maldad antisemita: la nazi y la de base cristiana. Alguien escribió que Polonia inventó el odio a los judíos, incluso antes de tener judíos, y de hecho, es el único país del mundo que llevó a cabo un pogromo contra los pocos supervivientes del Holocausto, cuando intentaron volver a sus casas”. Siguiendo en la misma línea, Rahola destacaba: “Los expertos aseguran que, a pesar de haber quedado limpios de judíos, los polacos continúan siendo los más antisemitas de Europa”. Y recordaba: “La Polonia actual, gobernada por esa sin par pareja de hermanos, envía serias alarmas al mundo libre. La última, la que ha aventurado el ministro Marek Orzechowski insinuando que los maestros de orientación homosexual no podrán educar a los niños polacos. En una matización posterior, ha asegurado que sólo serán excluidos los que ‘hagan promoción de su homosexualidad’, sin explicar muy bien qué significa dicha promoción. Por supuesto, anuncia que la apología o propaganda de la homosexualidad será castigada por ley. Todo ello, la misma semana en que 700.000 polacos deberán confesar si colaboraron con el régimen comunista… Y todo ello sin que los países colegas de la Unión se hayan despeinado ni un solo pelo”. La periodista hacía la siguiente reflexión: “Respecto a Polonia, constatar las muchas enfermedades endémicas que castigan severamente la buena salud democrática de ese país. Como resulta evidente, Polonia ha entrado en Europa, pero aún no ha hecho los deberes, seriamente, sobre las obligaciones democráticas que ello significa. Es decir, sólo ha entrado en la Europa económica, sin mostrar indicios de ser exigente con la Europa de los derechos”. A la pobre Pilar Rahola le llovieron críticas y ataques de todo tipo y en todas partes, sobre todo en Polonia, donde los patriotas de hojalata –una de las pocas expresiones graciosas que ha utilizado el todavía presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, en sus siete años al frente del país- pusieron el grito en el cielo. “Cómo se atreve esa española, o catalana, que seguramente debe ser judía, a meterse con Polonia, a criticarla sin piedad. No tiene derecho. No puede y no debe”, gritaban algunos enojados. “Polonia para los polacos”, secundaban otros”. “La patria es lo más importante, más que la famlia, el amor, la amistad y el trabajo”, vociferaban los más tontos de la película. Casi tres meses después de haber sido publicado este artículo, el 5 de junio de 2007, la fiscalía de  Wroclaw, ciudad del sudoeste de Polonia, abrió un procedimiento judicial contra el diario  El País y Pilar Rahola, acusados de “difamar al pueblo polaco”. Al parecer, el artículo provocó la indignación de las autoridades polacas, y muy especialmente de la cancillería del presidente Lech Kaczynski. Pocos días después de que se publicara el artículo,  la que era entonces embajadora de Polonia en Madrid, Grazyna Bernatowicz, protestó en una carta dirigida a la redacción de El País  por lo que calificaba de “formulación ofensiva”. La demanda presentada en Wroclaw procedía del jefe regional de la ultraderechista LPR, Rafal Orszak, quien tuvo la osadía de manifestar a los medios: “Hay que parar el anti-polaquismo que se extiende por Europa del Oeste”. La ONG Reporteros sin Fronteras (RSF) denunció el hecho de que, por primera vez, se hubiera utilizado el artículo 132 del código penal polaco, relativo a la “difamación de la Nación”. Ese delito está penado en Polonia con tres años de cárcel. A Rahola no le pasó nada, que yo sepa, porque no viajó a Polonia. “En la práctica, las autoridades polacas no pueden hacer nada si la periodista vive fuera de sus fronteras. Otra cosa sería si quisiera viajar a Polonia”, declaró RSF. Han pasado más de cuatro años y la Polonia actual no es la de 2007. El país ha mejorado económicamente, la sociedad se moderniza a pasos agigantados y la calidad de la democracia no es peor que en España, Italia o Francia. Los gobernantes polacos son liberales de centroderecha, moderados, sensatos y europeístas, y la vieja derecha reaccionaria ha perdido fuelle e influencia y las luchas internas la están desangrando. Ojalá, con el paso del tiempo, esa vieja derecha rancia  acabe convirtiéndose en una pieza  de museo. Cuando menos extrema derecha y extrema izquierda exista en un país, mucho mejor para la democracia. En su momento, no estuve de acuerdo con algunas cosas que decía Rahola en su polémico artículo en el rotativo madrileño. Por ejemplo, no es cierto, como afirmaba la periodista catalana, citando a expertos, que “los polacos continúan siendo los más antisemitas de Europa”. El historiador francés Jean-Yves Potel ha demostrado en numerosos artículos y trabajos de investigación, y en un libro muy interesante como ‘La fin de l´innocence’, que Polonia es el país de la antigua Europa comunista que más esfuerzos ha hecho por luchar contra el antisemitismo. En esta misma línea, cabe destacar el magnífico trabajo de investigación que lleva a cabo el sociólogo polaco Ireneusz Krzeminski. En cualquier caso, Rahola tuvo el acierto de poner sobre la mesa muchas de las miserias de Polonia. No gustó a muchos polacos. Es humanamente comprensible en individuos que viven anclados en certezas petrificadas y  necesitan de enemigos internos y externos para existir. ¿Y qué nacionalista enfermizo no lo necesita? Estoy seguro de que si un periodista polaco escribiera en El País un artículo sobre las muchas miserias pasadas y presentes de un país llamado España, los patriotas de hojalata, esos mismos que se conmueven por un trozo de tela pintada, pero no por los cinco millones de parados, vociferarían al unísono: “A España no me la toques, polaco cabrón”. Pues lo siento mucho, pero yo a España y a Polonia las voy a tocar todas las veces que me dé la gana y como me dé la gana. Siempre y cuando el director de PolskaViva, Néstor Tazueco, me lo permita. Lo siento, pero no lo puedo remediar. Soy así desde mi más tierna infancia. Me gusta meterme con todo y con todos, y conmigo mismo, porque soy el primero en reconocer que, a veces, puedo decir o escribir tonterías, o simplemente equivocarme. No me duelen prendas reconocerlo. Y acepto la crítica, por supuesto que sí, porque sin crítica no hay debate posible. Pero me gustaría que la crítica fuera, además de contundente, consistente e inteligente. Pero qué le vamos hacer si, a veces, no hay más cera que la que arde.

 


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