Revista Opinión

Palabras que animan, consejos que reconfortan.

Por Miasteniaforever
Palabras que animan, consejos que reconfortan.
A José Luis González Cerezo.
Secretario de AMES.
Asociación MIASTENIA DE ESPAÑA.
Cuando tu mente y tu cuerpo se ven, de pronto, sujetos a la extraña normativa que una enfermedad, rara por más señas, te marca como canon de vida, tu realidad se tambalea. Lo que antes tenías colocado en un lugar de preeminencia pasa, de la noche a la mañana, a serte casi indiferente. Los valores se te descuadran, corren y se esconden sin que seas capaz de situarlos donde siempre creíste que debían estar.
En ese momento en que tomas conciencia de que hay algo llamado MIASTENIA que te espera tras las puertas, te acompaña mientras caminas, te hace cosquillas si comes o simplemente respiras, la luz deja de estar sobre ti, como si el sol tuviera ya otro recorrido, como si no bastase con abrir los ojos –si la ptosis te lo permite- para ver la diplópica realidad que te circunda.
Y en ese estado en que ignoras cuál será tu próximo movimiento, cuál tu sensación siguiente o qué podrás esperar al alba, hallas, de pronto, un alma -¿puedo decir gemela?- que te plantea esas pequeñas cosas con las que seguir teniendo metas y te empuja a saltar los obstáculos.
Desde que sabes que existe un mundo paralelo en el que vivirás desde ahora, intentas adquirir las llaves para poderte mover en él. Y descubres que AMES, una Asociación de gentes que han recibido la llama miasténica como tú, dispone de ventanas abiertas a la brisa de la esperanza. Te asomas a ellas y ves a Jesús, a Pilar, a Antonio, a Juan Manuel, a Juan…  personas que te ofrecen su mano y su bagaje para hacerte llegar más allá a pesar de las zancadillas de esa pérfida MG que los ha unido a ti por el sendero del día a día.
Además, existe alguien que te da un soplo que te eleva por encima de la desesperación y que no te deja que te hundas en lo profundo ni te lamas las heridas compulsivamente. Coinciden en él varias circunstancias que, a tus ojos, le hacen vulnerable: los síntomas miasténicos, lejos de ofrecer de él una imagen dolorosa, los presenta como bandera. Ha sido capaz de sufrir más allá de lo razonable sin perder ese punto de cabeza alta y de empuje sin estorbos ni caídas.
Hablo de José Luis González. Perdóname, amigo, pero has personificado para mí lo que es la enfermedad. Esa mirada, esa voz, esa presencia, a veces dolorida, me ha servido de espejo y de soporte. Cuando un nuevo síntoma parecía aparecer, tu recuerdo  emergía del espejo, de la memoria, para apuntalar mi mundo e intentar avanzar.
Tus confidencias sobre cómo reabrirse al mundo, como darlo todo, lo mucho o poco de que uno es capaz, para servir al otro, para señalar las trampas del camino o aprender a saltar sobre el día a día de la enfermedad, me han servido de guía. Han sido como el arbotante que sujeta los arcos y evita que las cúpulas nos aplasten.
Dedicar tu tiempo a los demás, como haces, merece el aplauso callado que brota cuando sabemos que esa es la ruta que queremos recorrer. NI un maldito anticuerpo, ni una voz huidiza ni acaso un párpado que cae son capaces de evitar que sigas ofreciendo tu mano, unas veces con fuerza, otras sin ella, a quien es camarada de fatigas, que no de penas.
Reconfortan tus palabras, animan tus silencios, alientan tus comentarios, entusiasman tus propuestas y aleccionan tus consejos. Gracias por tu esfuerzo, tu entrega y tu coraje.  Cuando nuestra común amiga la miastenia me amenace con nuevas torturas, le haré cara con tu escudo y lucharé con tus armas contra ella.
No puedo dejar de mencionar, como ya hice antes, los ánimos de Antonio Barranco, fiel embajador de AMES, siempre presto a interesarse por la situación en que nos encontramos y la amistad, a pie de calle, de Juan Manuel Anguita, paisanos y cercanos, camaradas y soldados frente al avance de esa MG que nos une.

Gracias a todos. Gracias, José Luis. Sigue así. Quien va delante y sabe dónde colocar el paso siguiente, siempre consigue que los demás le sigan. Venceremos.

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