Revista Educación

Papas, sal y lapas

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Papas, sal y lapas

Caminábamos unas horas para llegar a la mar. Eran caminos de piedras sueltas, sembrados de cuevas que a veces daban miedo y otras cobijo del sol o el viento y la lluvia. En un saco al hombro, un caldero y unas papas para arrugar. En un cesto, fruta, agua fresca, queso y gofio. Al llegar, lo primero era agarrarse a una piedra y dejar que el agua lavara el polvo del cansancio. Luego, lapero en mano, a recoger lapas. A la abuela siempre se le partían, así que era el abuelo quien las cosechaba. Mientras, ella llenaba el caldero de agua salada y comenzaba los preparativos para hacer el fuego. A mí me encantaba ir de un lado a otro buscando palitos y se los entregaba con contento. Siempre pensé que iban a parar al fuego. En realidad, años después mi abuela me dijo que aquella madera no servía, porque no todos los palos prenden y, además, si lo hacen llenan de sabor amargo la comida o de olor tóxico el aire. Infancia con olor a salitre que no aproveché para atesorar esa sabiduría de quien es capaz de sobrevivir a la intemperie y distinguir cuál es la madera que arde.

Papas, sal y lapas


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