Revista Educación

Podredumbre

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Podredumbre

Que soy un señor mayor no sorprende a nadie. Salvo a mí. Por eso me lo repito de vez en cuando, para ver si lo termino de asimilar. Y no será por falta de pruebas. Ejemplo: ahora mis paseos por plataformas no son en busca de la serie de moda (que también, de vez en cuando) o un especial de comedia (que hace tiempo que no, y debería), sino de documentales. Que los hay. Muchos y muy buenos. Menos mal.

Los últimos que he visto y me han gustado comparten plataforma (HBOMax) y estructura (miniserie de tres episodios). Y quizá tengan más similitudes. El primero, La saga de los Hammer (o House of Hammer), trata de Armie Hammer, un actor medianamente conocido (Call me by your name, El llanero solitario, La red social), del que hace un par de años se filtraron una serie de mensajes de Instagram acerca de sus preferencias sexuales, digamos, poco comunes. La serie documental desgrana lo que había tras esos mensajes: acusaciones de violación, de torturas sexuales, de una necesidad imperiosa de someter a la esclavitud a sus múltiples y muy jóvenes parejas. En resumen, de una mente perturbada bajo la apariencia de un príncipe azul de manual. Y no se queda ahí. Armie es el bisnieto (de hecho, lleva su nombre) de Armand Hammer, empresario petrolero que amasó una enorme fortuna gracias a sus múltiples contactos a ambos lados del telón de acero y, sobre todo, su red de chantajes. Armie es nieto de Julian Armand Hammer, drogadicto, alcohólico y maltratador, e hijo de Michael Armand Hammer, propietario de una "silla sexual" y una galería de arte que ha estafado 70 millones de dólares en falsificaciones. Una saga tóxica marcada por la depravación y el poder. ¿Sinónimos?

La segunda miniserie documental, Salvar al Rey, trata de Juan Carlos I. Así que sí. Continúan las similitudes.

En estas más de seis horas de metraje no he parado de escuchar relatos de gente despreciable. Que operan las palancas necesarias, con todos los niveles de oscuridad que consideren preciso, para salirse con la suya. Y con nulo sentido de la culpabilidad, pues solo aspiran a la impunidad legal. La única que conocen y que además saben que pueden controlar. ¿Van realmente aparejados el poder y la corrupción? Personalmente opino que no necesariamente, pero que el gusto por el poder ya es un signo de depravación. No creo en el poder que no sea ejercido a disgusto. Me da miedo cualquier alternativa. Lo mismo con el dinero, que a partir de determinada cantidad ya no da la felicidad, sino otras cosas. "Gente rica, gente puta" que dicen en mi pueblo.

Escribiendo estas líneas me han venido a la mente otros documentales: Deliver us from evil (2006, gratis en PlutoTV) y The Keepers (2017, Netflix) acerca de gente despreciable. En este caso ejerciendo su miseria a través de la religión.

¿Y si la verdadera podredumbre no es el poder que da el dinero? ¿Y si es tener la seguridad de que eres un elegido (y espiritualmente también contaría) y actuar en consecuencia?

Podredumbre


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