Revista Educación

Por cinco minutos en urgencias

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Por cinco minutos en urgencias

Hace unas semanas estuve en Urgencias con una gastroenteritis. Era mi primera vez en aquel lugar y aguanté menos de cinco minutos. Me pareció indigno que mis vómitos, por incontrolables que fueran, se pusieran al nivel de los cuadros terribles de verdadera enfermedad que se alzaban ante mí. Me sentí indigno de estar allí y me fui a casa a atiborrarme de primperán. Sobreviví. Y hasta reflexioné.

Soy de los convencidos de que las desigualdades en una sociedad tan fuertemente capitalista y volcada en el consumo como la nuestra sólo se mitigan cuando se dan dos circunstancias: Primero, cuando somos más los que tenemos la oportunidad de trabajar en lo que queremos y con una remuneración adecuada, y segundo, cuando nuestros servicios públicos reúnen el nivel deseable.

No es igual cobrar una ayuda de subsistencia - y son muchas las personas que, incluso teniendo trabajo, viven gracias a ellas- cuando no es posible disfrutar de una sanidad de calidad, una educación pública actualizada y competitiva, que no se pierda en debates estériles e ideológicos que solo politizan lo que debería ser un objetivo común, un sistema judicial en condiciones o un transporte público eficaz y rápido. Y eso citando sólo cuatro ejemplos.

Podríamos hablar también de limpieza, abastecimiento de agua potable o carreteras, pero se me hace imposible imaginar tiempos como los actuales sin el derecho a estar protegidos por un sistema sanitario de carácter universal como el que los españoles adquirimos a través de la Ley General de Sanidad de 1986, con la constitución formal del Sistema Nacional de Salud. Pronto se cumplirán cuarenta años de uno de los más grandes logros de nuestro Estado social y democrático de Derecho, y las dudas sobre la calidad de las prestaciones y servicios que recibimos siguen planeando sobre el colosal invento. Esperas imposibles para pruebas de las que depende que sigas de baja o te incorpores a trabajar, una consideración muy mejorable hacia el profesional, obras perpetuas en instalaciones que ya nacen colmatadas...

¿Es sostenible el sistema? Es más, ¿tiene futuro?

Cae en mis manos un estudio elaborado a tal fin por el Esade Institute for Healthcare Management y Antares Consulting, cuyas conclusiones se sintetizan en varios puntos que procedo a detallar: Sus autores parten de una reflexión colectiva sobre las prioridades de gasto público y el porcentaje de producto interior bruto (PIB) que la sociedad está dispuesta a destinar a la sanidad. A ello habría de acompañar una política fiscal eficaz que permita recaudar los impuestos necesarios para garantizar la viabilidad de la sanidad pública española de cara al futuro. Se aboga, igualmente, por debatir en profundidad sobre la cobertura sanitaria, de manera que se consiga mejorar la cartera actual de servicios que el ciudadano percibe, sin que pierda rentabilidad. Y, por último, mejorar la gestión de los costes derivados de los procesos sanitarios.

El estudio se completa con una retahíla tremenda respecto a la recaudación de impuestos en España y la necesidad de mejorar el rendimiento de nuestro dinero público. Se habla de que para 2025, a las puertas de ese cuarenta cumpleaños del Sistema Nacional de Salud, el gasto en sanidad podría superar holgadamente los 100.000 millones de euros. Mi opinión, seguramente errónea, es que ese monstruo insaciable que son los servicios públicos, puede comer todo el parné con que lo amamantemos, y no mejorar ni un centímetro. A las pruebas me remito. Realmente nos estamos jugando la propia sanidad, el futuro del más fundamental de esas prestaciones de las que hablaba.

Reducir las listas de espera, dignificar los servicios de urgencias, mejorar las infraestructuras sanitarias y la atención a los crónicos, reforzar la atención primaria... Son demasiados frentes. Las encuestas no dejan de mostrar que la sanidad, junto con la situación general de la economía y el empleo, figura entre las grandes preocupaciones de la ciudadanía, pero los esfuerzos de un personal agotado y precario, y los millones que se inyectan, no bastan si la dirección y la gestión de tan valioso capital sigue fallando.

De perseverar en los mismos errores que pasan por engordar el monstruo sin demasiado tino, seguirá la irremediable huida de usuarios hacia la sanidad privada, ávidos de ser atendidos en tiempos razonables. Para quienes comentaba al principio, las personas que sí o sí tienen que esperar y desesperar en la sanidad pública, donde tan magníficos profesionales se dejan la vida y donde los gobiernos empeñan entre tres y cuatro euros de cada diez, quedará un servicio tan universal como deficitario.

Todavía hoy pienso en lo agradecido que estoy a las personas que cuidaron y protegieron a mi padre durante su larga e ingrata enfermedad, tanto en atención primaria como en el hospital. Recordaré siempre hasta los nombres y las caras de muchos de ellos y de ellas. De sus esfuerzos nace el prodigio de nuestra sanidad pública, un pequeño gran milagro del que podemos presumir, con independencia de lo mal gestionado que llega a estar a veces, pero que se desangra a borbotones delante de nuestras caras.

Ese pequeño gran milagro lo estamos pagando entre todos, y lo pagamos muy caro. Creo que merecemos que sea un poquito mejor.

NOTA: No tengo ni idea de dónde sale el monstruo come billetes con el que ilustro la entrada, pero me pareció tan elocuente...

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