Revista En Femenino

¿Qué harías tú?

Por Expatxcojones

¿Qué harías tú?

Dibujo de S.Mata. expatriadaxcojones.blogspot.com


Supongo que a todos nos pasa. Tendemos a olvidar aquellos recuerdos que nos hacen sentir mal. Los guardamos en el rincón más remoto que encontramos de la memoria, con la esperanza de que una vez allí y con el paso del tiempo acaben por desaparecer. Pero no desaparecen. Permanecen escondidos, agazapados, quietos y silenciosos.
Y tú te relajas.
Crees en la ilusión. La aceptas como real. No ha pasado nada, te repites. Y lo haces tantas veces, que al final no necesitas escucharlo para pensar que es verdad. Lo sabes. Tienes la certeza. No ha pasado nada. No hay de qué preocuparse.
Y te pilla desprevenido.
Sientes como si en lugar de madre fueras un boxeador. Y en lugar de estar en tu casa, estuvieras en el cuadrilátero. Y en lugar de enfrentarte a tus vecinos, lo hicieras con un monstruo de siete cabezas. Uno de esos enormes, con zarpas afiladas y llamas chispeantes saliéndole de la boca. Es el animal más inhumano, cruel, feroz y sanguinario al que jamás te has enfrentado. Primero te da con la derecha, haciéndote perder el equilibrio. Después, rápido con la izquierda y sientes como te escuece. Duele. Duele mucho.
Y ahora la fiera eres tú.
Te transformas por completo. El animal que llevas dentro embiste con fuerza. Un golpe, dos, tres, cuatro… imposible dar marcha atrás. Los ojos inyectados en sangre, los colmillos preparados para atestar el mordisco mortal. Quieres sangre, su sangre. Pagarán por lo que han hecho.
Vale. Quizás me he pasado un poco. Demasiado drama. Si intento ser objetiva, que está claro que no lo soy porque esto me ha sucedido a mí y no a Juanito el del quinto, el relato de los acontecimientos sería, más o menos, el siguiente.
martes dos de mayo de 2015, 18:50 p.m., Residencia Comillas.
Mis adorables vecinos bloquean la puerta de acceso al edificio con infinidad de bolsas de la compra. Si no se apartan —cosa que no hacen— no podemos entrar.
El niño da un paso con la intención de subir la primera de las escaleras y el viejo lo empuja de malos modos —que sí, que es mí opinión personal y subjetiva pero ¿cómo lo definirías tú si un hombre mayor empujara a tu hijo de cuatro añitos sólo porque quiere entrar en casa?—.
Consigo —no sé cómo— contenerme y no decir nada pero el daño ya está hecho. El veneno empieza a correr por mis venas. Me abro paso a codazos y entramos al rellano. Primero, Terremoto y luego yo, que llevo a La Peque en brazos.
Una vez dentro empieza la carrera por el ascensor.
La vieja —esposa del viejo de la entrada que ha dado un empujón a mi hijo de malos modos— va delante nuestro a poca distancia. Tres metros como mucho.
Se inicia una guerra silenciosa por el ascensor ¿quién llegará antes? —Y yo sé, aunque ella no lo dice pero lo veo en su cara que, de nuevo, pretende putearnos. Si antes nos bloqueaba la puerta, ahora quiere impedirnos utilizar el ascensor—. Para el caso es lo mismo.
Terremoto se adelanta y pulsa el botón antes que ella. La vieja estáfuriosa y le da un empujón para apartarlo —y con este ya van dos—, como queriendo decir aunque no lo diga, yo estaba primero.
   —¿QUIÉN COÑO ERES TÚ PARA TOCAR A MI HIJO?   —Porque él… —empieza a farfullar pero yo ya no oigo nada.   —¿Él qué? El crío no te ha hecho nada. No tenías porqué empujarlo. Maleducada. Eres una maleducada, igual que tu marido. Sois los dos unos maleducados —y aquí noto como he pasado del cero al cien en menos de cinco segundos.
Mi corazón palpita desbocado. Siento que se me hincha la vena del cuello y noto como me tiemblan las manos.
   —Vámonos —le digo a Terremoto cogiéndolo de una mano y dirigiéndome al otro ascensor, el que da acceso a la parte izquierda del edificio.
Ando un par de pasos y me vuelvo a girar, no sé porqué lo hago, pero me giro y con todo el desprecio del mundo le digo que me da asco, que no voy a subir con ella en el mismo sitio porque siento asco.
En lo que tardo en pronunciar la frase, se desata el Armagedón. La vieja, como poseída, empieza a gritarme cosas en árabe —que por suerte no entiendo— y yo estoy que me va a dar un ataque.
Pulso el botón del ascensor. Mientras espero a que llegue, escucho comola vieja llama a su marido. Ahora es cuando él viene y me agrede, pienso. Este tipo está loco. ¿Por qué coño lo habrás dicho idiota? Mira la que se ha montado. Mierda y el puto ascensor que no llega. Y entonces veo la pantalla. El cero aparece reluciente y nunca antes me había alegrado tanto de ver un simple cero.
Entramos. Pulso el noveno pero el aparato no se mueve. Va, va, va… ¡Joder! ¿Por qué es tan lento este trasto? Mi intención es llegar hasta al noveno, subir el tramo de escaleras y salir por la puerta que da a la azotea. Una vez fuera, cruzarla a través de las antenas parabólicas y la ropa tendida, hasta la otra puerta, la que da acceso a la parte derecha del edificio. Entrar desde allí y luego bajar el tramo de escaleras correspondiente hasta llegar a casa.
Ese era mi plan y casi lo consigo pero la puerta metálica de la azotea está cerrada. Y me cago en todo porque siempre está abierta, y siempre escucho los portazos que da la gente entrando y saliendo y precisamente hoy la jodida está cerrada.
¿Qué hago? ¿Qué hago? No puedo volver a bajar. Si me los vuelvo a encontrar la cosa va a acabar mal de verdad. Piensa. Piensa. Rápido. Piensa algo. Lo que sea.
Y me acuerdo de mi vecina, la catalana, la del bebé, que vive en esta parte del edificio. Y la llamo. Mi voz suena nerviosa, las palabras salen entrecortadas y sé que la estoy asustando y pienso que no hay para tanto pero en estos momentos soy incapaz de hacer otra cosa.
Bajamos las escaleras a pie. Dos plantas más y llegamos. Va, va, va… Terremoto anda descalzo. Le he hecho quitarse los patines para que vaya más rápido. Yo, con la Peque en un brazo y la bolsa del parque en el otro, a punto estoy de pegarme un morrazo. Y pienso: ¡Joder! Igual estás exagerando. Son dos viejos. ¿Qué van a hacerte? Pero están locos, me digo inmediatamente, y los locos son capaces de cualquier cosa. Precisamente hoy he leído en el periódico que un anciano de 94 años ha matado a otro de 88. El arma que utilizó para agredirlo fue el andador, con el que le propinó golpes en la cabeza hasta matarlo. Sucedió en Navarra y es el tipo de imágenes que ahora me vienen a la mente.
55,54,53. Es aquí. Nerviosa, llamo al timbre. Andrea abre la puerta. Entramos a su casa. Estamos salvados. Aquí no puede sucedernos nada. Mientras los niños juegan con su hijo en el salón —como si nada extraño o anormal hubiera sucedidoo — yo me fumo un pitillo con ella en la galería y trato de tranquilizarme.
Conclusión:Que sí, que me arrepiento. He perdido los nervios y he dicho cosas que no debería. Mi comportamiento ha sido pésimo. Un mal ejemplo para los niños. No estoy para nada orgullosa de lo que he hecho. No he sabido gestionar el conflicto.
Pregunta: ¿Qué harías tú si se tratara de tus hijos?

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