Revista Educación

Razones poderosas

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Ben Seidelman @ Flickr.com (CC BY 2.0)

Ben Seidelman @ Flickr.com (CC BY 2.0)

Don Cristóbal nunca perdió el “Don”. Lo ganó antes de afeitarse y lo acrecentó a medida que los años le fueron doblando el espinazo, hasta colarle la cabeza entre las rodillas.

Recibía en un sillón de orejas, siempre en penumbra, en la parte más profunda de la mansión familiar. Cada jueves, desde antes del amanecer, crecía frente a su regazo una hilera de labriegos, alcaldes, campesinos y amas de cría, que en tiempos de necesidad llegó a dar dos vueltas a la casa.

Los despachaba rápido, susurrando su veredicto a la oreja del capataz. Y este lo traducía a palabras en la habitación de al lado, con el objeto de ahorrarle al patrón cualquier desagradable muestra de patetismo.

Nunca motivaba sus decisiones, que incluso a ojos de sus íntimos parecían aleatorias. Lo mismo denegaba una beca mísera que aprobaba un aguinaldo desorbitado. Igual recomendaba a los inútiles que descastaba a los diligentes, para a continuación volverse a reconciliar con la lógica por un tiempo.

Cuarenta años después, cuando lo recogieron tieso de la cuadra, fue Fernando el de Frasquita el que consiguió por fin arrancarle la clave a Doña Ofelia. En pleno velatorio, y sulfurado por unas arrobas de trigo que su padre había suplicado en vano durante cierto invierno de miseria, agarró a la viuda por el pescuezo y le gritó a dos palmos de la oreja: «Fue porque éramos rojos, ¿verdad?».

Sin mudar la expresión ni apartar la vista del féretro, la aludida guardó silencio durante dos eternos minutos. Delgada y tiesa como una esfinge de alambre, la vieja saboreó cada palabra de la respuesta: «No Fernandito, no. Eso nos dio siempre igual. Fue porque erais del Atleti».


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