Revista Educación

Reales

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Te levantas, bostezas, te pica ligeramente la etiqueta de la braga porque, por enésima vez, se te olvidó cortarla. Ya ni se lee la talla, pero casi mejor, porque ese 42 se te clava en el alma. Te estiras, con cuidado de no despertarle, y vas al baño. Allí te lavas la cara con un jabón ph neutro que te regala tu madre, te echas el sérum radiante, el contorno de ojos atenuante y la crema hidratante. Desayunas unos cereales con fibra y un café con stevia , te tomas el propóleo y la píldora y te vas de nuevo al baño. Él ya se ha levantado y se afeita, mecánico. Tú te acurrucas sobre su espalda, aún cálida del sueño despertado abrupto con las noticias. Ébola, algo de Ucrania, policías corruptos… El mundo gira con la bola de tu desodorante, sin alcohol, para mujeres reales. Te gustan las publicidades así, piensas mientras te echas el anticelulítico. Insistiendo en los leves hoyuelos, le ves bostezar y sonreírte ante el espejo, te da un cachete cariñoso en el culo pringoso y sale del baño.

Mientras él desayuna, te vistas y mientras él se viste, te maquillas. No mucho. Corrector de granos, cubreojeras, base de maquillaje, BB crean, rímel al final de las pestañas y algo de brillo en los labios. Como hace poco que habéis vuelto de vacaciones, no te hace falta colorete, piensas triunfal. Hoy vas normalita a trabajar, unos pantalones y una blusa femenina. Sin tacón. En el ascensor, coincidís con la vecina de arriba, la del sexto, la que debe ser modelo o algo así. Ligeramente perfumada, más victoriosa que tu cara sin colorete, llena con su 1,80 de altura los ojos de tu chico y tu envidia. En el segundo piso, sube fatigada -a estas horas ya- una abuela. Ya no cabe nadie más. A la anciana la conoces, va a buscar a su nieta para llevarla a la guardería, de donde la recoge para llevársela a su casa, mientras sus padres se cansan en trabajos mal pagados que dan de comer pero no de jugar a la cría. Andrea, se llama, según te contó su abuela una vez.  Andrea es también la modelo. Andrea se llama la abuela, de las primeras con ese nombre en nuestro país. Andrea te llamas tú.

La luz se va, el ascensor se para y la abuela respira fuerte. La modelo y tú miráis el reloj del móvil antes de gritar pidiendo auxilio, por la alarma del ascensor no parece despertar a nadie.

Quince.

Veinte.

Treinta minutos.

Se abre al fin la trampilla de arriba del cubículo y aparece la cabeza del jefe del equipo de rescate, que le dice a tu chico, con voz enérgica: “Ayúdanos a sacar a una”. ¿Solo a una? “Sí, somos el equipo de rescate de mujeres reales, sabes que últimamente ha habido muchos casos de mujeres falsas, amigo”. Tu novio responde con una mueca, sin mirarte, y le pregunta al jefe del rescate si solo hay una mujer real en el ascensor, dos o las tres que estáis en ese momento mirándole con cara de odio. “Sí, solo hay una que es real. ¡Las otras no lo son! Hay que salvaguardar a la mujer real, tío, así que… Ya sabes, elige.”

¿A quién elegirías tú?

¿Cuál de estas tres Andreas es más real? ¿La de la talla 42 o la que parece anoréxica? ¿La gorda abuela? ¿Por qué se nos intenta vender que la mujer real es la que tiene más o menos curvas? ¿Son los kilos o su ausencia los que hacen verdaderas a las mujeres? ¿Por qué no se habla de hombres reales?

¿A quién elegirías como la más real de las tres mujeres?

Olvídate de realidades. Busca naturalidad. Lo natural, no lo que la sociedad te dice, no lo que las canciones escritas por y para el síndrome premenstrual te aseguran. No lo que las películas o las series escritas por hombres ponen en pantalla. No bajes la mirada si no quieres, pero tampoco mires de frente si no te apetece. Qué estupidez.

Recuerda que los que te hablan de mujeres reales y sin complejos, en realidad se aprovechan de éstos para venderte una crema. Usa tú a la crema y no dejes que te utilicen a ti.

Y despierta, Andrea, que esto solo es un sueño, tu novio sigue roncando y la modelo del sexto nunca se levanta tan pronto.

 


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