Revista Educación

Risas insoportables

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Risas insoportables

Cuando era muy pequeña, había en clase un chico del que no recuerdo su nombre pero que padecía una afección mental. Se sentaba lejos de mi mesa de seis, pero estaba siempre presente porque cuando se hacía evidente su enfermedad empezaban las mofas, los comentarios en voz baja y las bromas de mal gusto.

Yo, una niña excesivamente tímida y cohibida, callaba y bajaba la mirada mientras sentía una punzada en el estómago y me ponía muy triste. Pensaba que como él era mi tía Carmen, una hermana de mi abuela a quien una meningitis la dejó en los tres años, el ser más adorable y limpio que he conocido nunca.

Más tarde, personas como ese chico que un día desapareció de nuestra clase, empezaron a salir en televisión, pero no para contar su historia o reivindicar mejor atención, sino como el entretenimiento de una sociedad que reía a carcajadas mientras muchos Javier Cárdenes -lo personifico en él como el máximo exponente de la infamia- recorrían las calles en busca de la presa perfecta.

Risas insoportables

Hoy, tenemos las redes sociales, medios con los que aún más personas pueden ver como algo extremadamente divertido y jocoso la realidad de mujeres y hombres, niños y niñas que arrastran un enfermedad mental o una disfuncionalidad que nos parecen muy graciosas. Mandamos una y otra vez ese tipo de vídeos para evadirnos de nuestra propia realidad sin pensar en la suya.

Nunca he entendido qué tipo de diversión puede encerrar reírse de la enfermedad de otro. En numerosas ocasiones me he sentido el bicho raro, la aguafiestas, la corta lotes, pero es que no encuentro qué puede tener de gracioso algo así.

Según la encuesta nacional de Salud en España, uno de cada diez adultos y uno de cada diez niños tienen un problema de salud mental, los niños más que las niñas y las mujeres más que los hombres. La brecha de género es más que evidente a la hora de abordar la atención en los y las adultos; y no todas esas enfermedades tienen origen biológico, todo lo contrario, muchas son debidas a situaciones que hemos padecido a lo largo de nuestra vida, proceso tratables y, hasta cierto punto, con solución.

Sin embargo, la sociedad y quienes toman las decisiones en materia de salud siguen ignorándolos, y en muchas ocasiones solo aparecen porque, fíjate, son hasta graciosos. Creo que deberíamos reflexionar sobre ello, yo la primera porque no estoy libre de haber cometido ese error.

Yo tengo ansiedad, sí, cuando las cosas no van bien tengo ansiedad. Mi endometriosis me ha hecho ser más propensa a ese tipo de problemas. He ido al psicólogo cuando lo he necesitado y ha habido momentos de depresión muy dura, y no creo que nadie tenga derecho alguno a reírse de mis momentos.

Ojalá desde hoy, cuando vayamos a mover nuestro dedo para reenviar algo así, pensemos en que esas enfermedades están más cerca de lo que creemos. Solo desde nuestra comprensión y no desde la ridiculización, podemos ayudar a muchas personas a seguir adelante. Yo, cada vez que los vea me seguiré acordando de ese niño en la mesa de seis y de mi maravillosa tía Carmen, la que pedía en sus cartas a los Reyes Magos llenas de garabatos lápices de colores, pintalabios y esmalte de uñas.


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