Revista Educación

Salud mental y redes sociales

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Salud mental y redes sociales

No recordaba lo malísima que era Kika, la película de Almodóvar que eligió RTVE para rendir homenaje a la gran Verónica Forqué, tristemente desaparecida esta semana. Por mucho que no sea de lo mejor de la filmografía de Almodóvar, mereció la pena por evocarla en su plenitud, en el papel que le aportó su último premio Goya. Ella reina cada minuto que aparece en pantalla, más Vero que nunca, con su anatomía rotunda, sus ojos inmensos y esa voz peculiar suya, tan aguda e inconfundible. Su transformación tras el episodio de la violación es un ejercicio de contención actoral digno de estudio. Y cómo lo logra sin que la candidez del personaje desaparezca.

Que se hable del suicidio de una persona tan querida y talentosa no es hablar mal de ella ni de su legado, es ayudar a visibilizar la incidencia de la enfermedad mental en la sociedad, que es muchísimo más frecuente de lo que se cree. Mas de 4.000 personas se suicidan al año en España, de las cuales la mayoría son hombres. El dato más grave: Por cada suicidio hay veinte tentativas fallidas.

Es crucial que hablemos de esta cuestión y dejar de ocultar su enorme incidencia, como se hacía en el pasado cuando se prohibía hasta mentar la palabra en los medios de comunicación, porque algún estudio demostraba que otras personas lo intentarían, y así lo recogía hasta el Libro de Estilo de El País. Esto solo contribuyó a décadas de silencio sobre una realidad que requiere diálogo, visibilidad y, sobre todo, tratamiento.

Se acercan unas fechas difíciles para estas personas, la Navidad, esta época en la que demasiada gente sufre la soledad obligada, ese silencio social. Quienes sufren depresión pueden estar con tristeza, melancolía, ganas de llorar... ¿Qué hacemos? ¿Nos callamos cuando nos cuentan sus inquietudes? En absoluto, tenemos que hablar con esas personas para que se puedan explicar, y que puedan exteriorizar por qué se sienten así. Los momentos de tristeza pueden ser pasajeros, pero la depresión queda. Se interioriza y permanece latente.

Cuánto no puede estar sufriendo una persona para que quiera dejar de sufrir. Una depresión no significa solamente tirar la toalla, estar triste. Las personas depresivas intentan superar su situación con más proyectos y trabajos. Pero una depresión no es un catarro, no puedes automedicarte, y no se va de un día para otro.

¿Qué pudo pasar por esa cabeza? Eso es lo que nos preguntamos después. Nunca lo sabremos. Por eso es importante estar pendiente, atender y escuchar a las personas y recomendarles atención especializada, empezando incluso por el teléfono de la Esperanza. Es importante que cuando una persona dice que se quiere suicidar, la entendamos y que al menos intente solucionar su problema por otras vías.

¿Cómo se puede detectar precozmente? La atención a la salud mental tiene que estar en los centros de salud, mucho más allá que los hospitales, con profesionales que decidan si al paciente le corresponde ir a un psicólogo o a un psiquiatra para tratar la cuestión que le afecta. Lo grave es que, ante la falta de medios materiales, una persona que va al médico con depresión puede tardar meses en recibir una primera consulta y más meses en recibir la segunda. Seguramente el número de personas en esta situación sea incluso mayor porque se oculta por vergüenza, por el estigma existente sobre el suicida, y porque nunca se llega a diagnosticar.

Un Plan Nacional de Salud Mental sigue siendo la asignatura pendiente dentro de los presupuestos: Ni el Estado ni las comunidades autónomas tratan esta cuestión como merece, y no me hagan poner ejemplos de gilipolleces en las que se tira el dinero público con bastante alegría, en lugar de invertir en atención primaria, el eslabón de la cadena que apoya directamente al vecino. La propia OMS, a la que tanto se escucha ahora con la COVID-19, se desgañita desde hace años, diciendo que es la primera causa de muerte no natural. Sus alertas se pierden en el aire cuando se avisa de que la salud mental es el primer problema de salud en el mundo.

El epílogo de aquella Forqué deteriorada y excesiva que pedía ayuda a gritos en Masterchef no oculta los méritos de una carrera artística de casi cincuenta años. Pasará a la historia como una extraordinaria artista y una gran mujer, que es la forma en que todos sus compañeros de profesión la nombran. Y lo mismo, es una opinión, hasta la estancia en el talent show culinario (ojo, la estancia, no el chorro de gente cabrona que la insultaba en redes sociales) le hacía bien, porque le permitió sentirse querida y valorada, todos sus compañeros fueron comprensivos con ella y la recuerdan con absoluto cariño.

La polémica suscitada por la triste marcha de Verónica Forqué me permite hablar de otra de esas cuestiones que me preocupan. Sucede que en las redes sociales hay una patente de corso. Ya hay un axioma de "a Twitter venimos a putear". El gobierno hace esto: Nos posicionamos, el gobierno está bien y el gobierno es un cabrón. Las dos posturas se exponen y nadie lo hace a cara descubierta o casi nadie. Y lo mismo con la Forqué o con quien sea. A ella la putearon y la humillaron gratis durante meses. A una enferma. El problema no es que yo sea más o menos crítico en mis comentarios PRIVADOS en un chat, sino que los diga abiertamente y me sume alegremente a un linchamiento a una señora que, era evidente, no estaba pasando un buen momento.

Ejemplo: A cierta persona a quien tengo la suerte de conocer, por un simplón comentario malinterpretado de cuatro palabras fuera de lugar, un día a una hora determinada, le cayeron encima decenas de miles de anónimos en las redes sociales que la llamaban de puta para arriba y le desearon la muerte a ella, a su familia, a su hijo. Todavía hoy lo hacen siempre que tienen ocasión. Ella lo pasó verdaderamente mal, estuvo días hundida. Ese es un caso que yo conozco con nombre y apellidos. Una persona sola ante el peligro.

Apenas se pudo llevar a juicio a un tipo que amenazó de muerte a su familia. A un sinvergüenza de entre miles y miles de anónimos que destruyeron su imagen pública y su consideración como persona. ¿Es culpable de algo Masterchef? Bueno, es televisión... El problema es que hoy insultar y degradar a alguien en Twitter en un minuto es absolutamente gratis y la única consecuencia es que te cierren la cuenta, ya ves tú.

Hay un ser en esas redes sociales de las que hablo, que estos días ha puesto en circulación un video diciendo lo peor de lo peor de la isla de Tenerife y de su gente. ¿Por qué? Porque sabe que la gente entrará en su canal y le dirá de todo y contribuirá a la subida de las visitas y facturará más publicidad. Las dos caras de la moneda y el mismo problema, a mi entender: La falta de una regulación que al menos reconduzca según qué cosas. Como digo, por supuesto, es mi humildísima opinión.

No es censura, es regulación para poner por delante el interés supremo de la ciudadanía y nuestro derecho a ser tratados con respeto.


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