Se acabó el verano

Pues nada. Ya es uno de septiembre y, de este equipo de "escribidores", me ha tocado a mí darle a la tecla. Cuando era joven me apenaba mucho el final del verano. Sobre todo por la sensación de que volvía una rutina que no era mi lugar emocional favorito del mundo. Volver a ver a ciertas gentes, volver a las clases, volver a un tipo de bullicio que nada tenía que ver con el bullicio del verano.

Siendo joven (pero joven de verdad), nunca tuve vacaciones de esas de viajar fuera de tu ciudad (en mi caso, pueblo), así que los veranos eran para disfrutar del entorno en el que te criabas. Disfrutar de mi pueblo no es difícil, pero en verano, al ser costero, aquello se llenaba de gente (mucha gente). Siendo joven no percibes tanto la masificación.

Luego, al ir creciendo (y al conseguir trabajo y poder viajar), descubres que hay mundo más allá de tu pueblo y de la ciudad en la que estudiaste (los viajes de estudios no cuentan) y el mundo se ensancha, igual que tu mente (ojo, que viajar no es lo mismo que hacer turismo, eso lo discutimos otro día, si quieren).

Cuando ya me hice algo mayor, me di cuenta de que, puesto que el trabajo me lo permitía, era mejor viajar en otros meses que no fueran julio y agosto (que todo está más caro), y así lo hice. Cada dos o tres años viajaba a algún sitio que supusiera un choque cultural para aprender y emocionarme con los paisajes, la gente, las comidas, la cultura... Y, cuando se podía, hacía algún viaje a algún destino nacional para conocer también rincones mágicos de este nuestro país, que tiene muchísimos y no me va a dar la vida para descubrirlos todos.

Y luego llegó la pandemia.

Qué les voy a contar. Lo de viajar fuera, como que no. Lo de viajar dentro, pues ahí andamos, intentando volver a ver a la gente que quiero, intentando no querer usar un lanzallamas cada vez que veo a personas incumpliendo las normas... intentándolo todo con mi mejor voluntad.

Se acabó el verano, dicen. Yo tengo unos cuantos por recuperar.